Hubo un momento en el que el Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá fue, sin lugar a dudas, el gran evento cultural de este país: uno de los principales, si no el principal, entre los festivales teatrales del mundo. Vino la crisis que nadie ha podido ni querido negar. Y una década de gestores valerosos que han estado tratando de honrar el nombre de semejante institución, y la idea que tuvieron los fundadores Ramiro Osorio y Fanny Mikey, pero que se han encontrado con una serie de obstáculos gigantescos: la dolorosa muerte de Mikey, los hondos problemas de istración y la pandemia.
Nadie duda, aquí en Colombia, de que el paso siguiente sea respaldar cada vez más el festival, con todo y las secuelas hoy latentes y palpables que los eventos mencionados han dejado. Heridas que están en proceso de cicatrizar. No obstante, hay que aplaudir que una vez más la empresa privada y el Gobierno se hayan puesto de acuerdo para darle su apoyo. Y decir que ahora viene el turno del respaldo fundamental del público. Poco a poco, tal como empezó, podría ir recobrando su vocación a la grandeza y, como dice su actual eslogan, ‘volver a brillar’. Para ello, el camino elegido ha sido hacer énfasis en las obras de los principales grupos colombianos.
Se trata también de un recordatorio no solo de los enormes talentos de los intérpretes del país, sino de los grupos teatrales colombianos.
Podría sonar a versión conservadora, tambaleante, del festival, pero, visto con cuidado, se trata de un recordatorio no solo de los enormes talentos de los intérpretes del país, sino de los grupos teatrales colombianos que han estado afianzándose con el paso de las últimas décadas: el Teatro Libre, el Teatro Matacandelas, el Teatro Petra, el Teatro Cenit, La Maldita Vanidad, La Congregación, La Libélula Dorada e Hilos Mágicos, que presentarán obras estupendas en las dos semanas que vienen, han sobrevivido a todos los embates de estos tiempos y han creado además unos públicos que se acercan sin condescendencias a las propuestas escénicas de Colombia.
Llega esta nueva edición del festival en un momento de reaperturas, de conciertos y de espectáculos que han sido refrendados por la alegría y la compañía crítica de los espectadores. Acompañan la programación una serie de talleres y de clases a cargo de grandes maestros de varios lugares del mundo. Y una obra particularmente conmovedora, pensada desde la Comisión de la Verdad, el Teatro Julio Mario Santo Domingo y La Paz Querida, que responde al título de Develaciones: un canto a los cuatro vientos porque reúne los enormes talentos y los duelos de víctimas de la guerra de los cuatro puntos cardinales del país.
Por supuesto, hay en la programación un puñado de puestas en escena de compañías extranjeras que han sido reconocidas ya en los teatros del mundo, pero el brillo prometido, el regreso al sueño de Mikey y de Osorio, estará a cargo de esas tres generaciones de dramaturgos nacionales que han sabido contar a su manera –con un lenguaje y un coraje propios– lo que nos ha pasado y nos sigue pasando.
Bienvenido, de vuelta, el Festival Iberoamericano de Teatro. Es un evento querido y necesario, que más que nunca es un regalo cultural y una oportunidad de distracción y esparcimiento, tan urgentes en estos tiempos.
EDITORIAL