En plenas festividades navideñas, el vicecanciller de Colombia, Jorge Rojas, reveló que el embajador de Colombia en Caracas, Milton Rengifo, estará presente, a nombre del país, en la posesión de Nicolás Maduro el próximo 10 de enero, tras su fraudulenta reelección como presidente de Venezuela. Hay que hacer énfasis en que no estará allí a título personal sino como representante de una nación entera.
Es una decisión de complejas implicaciones. Con este gesto, el Gobierno Nacional sienta un precedente nefasto frente a un régimen violador de los derechos humanos y que tiene tras las rejas a cerca de dos mil presos políticos. Por demás, recientemente señalado, entre otras atrocidades, de encarcelar y perseguir menores de edad. La dictadura alberga, así mismo, a grupos armados que afectan gravemente la tranquilidad de ciudadanos colombianos, entre otros puntos del prontuario de Nicolás Maduro y sus secuaces. En días pasados, este diario publicó una primicia sobre un reporte de inteligencia que habla de sus lazos con el temido ‘Tren de Aragua’.
El Gobierno Nacional sienta un precedente nefasto frente a un régimen violador de los derechos humanos y que tiene tras las rejas a cerca de dos mil presos políticos
A diferencia de buena parte de la comunidad internacional que desconoce la trampa de la revolución bolivariana para perpetuarse en el poder y enterrar lo que quedaba de democracia en el país vecino, Colombia opta por alinearse con una de las peores tiranías. Incluso, países gobernados por la izquierda democrática han marcado distancia del rumbo dictatorial de lo que alguna vez fue un proyecto legítimo y democrático. El mismo que tiene en la ruina a un país que ha expulsado a más de tres millones de ciudadanos y ciudadanas.
No le queda bien a un proyecto progresista, que desde el primer día ha enarbolado las banderas de la defensa de los derechos humanos, ponerse del lado de los regímenes más cuestionados del planeta por su sistemático desconocimiento de los mismos. No hay política interna, razón de Estado que justifique este gesto. Hay tiempo de enmendar.
EDITORIAL