El martes pasado, en estos mismos renglones se daba cuenta del drama que vive –sin salida aún– el municipio antioqueño de Ituango. Hoy urge referirse a una situación igualmente crítica que tiene lugar también en el norte de este departamento, en Necoclí.
Si bien este municipio no es ajeno a los fenómenos de crimen organizado que azotan a Ituango, lo que hoy genera la emergencia es la migración masiva de personas.
Debido a su ubicación, Necoclí viene siendo, de tiempo atrás, lugar de paso de miles de extranjeros que pretenden llegar, sobre todo, a Estados Unidos. Personas con toda clase de necesidades y dramas a cuestas, que ante la imposibilidad de encontrar alguna perspectiva de futuro digno en sus sitios de origen han decidido –o, mejor, se han visto forzadas a ello– emprender un duro e incierto camino hacia el país del norte, aventura en la que se ven expuestas a todo tipo de peligros y vejámenes.
Son alrededor de diez mil los seres humanos, principalmente haitianos y cubanos, que han tenido que detenerse en Necoclí en su intención de llegar al tapón del Darién, límite entre Colombia y Panamá. El mal clima y la escasa disponibilidad de tiquetes para el viaje marítimo hasta el punto fronterizo serían los motivos de esta crisis, que ya obligó a la declaratoria de calamidad pública en un municipio desbordado ante la súbita necesidad de albergar a tal cantidad de personas en un contexto de pandemia.
Hay que escuchar el pedido del alcalde Jorge Tobón Castro a Migración Colombia para que disponga los medios necesarios con el fin de expedirles salvoconductos. Es la manera de restarles campo de acción a las mafias que se nutren de la ilegalidad y que han de ser las únicas que observan este infame caos con agrado.
El de los migrantes es un desafío global, está claro. Mientras tanto, es una obligación moral llevar algo de alivio y evitar que quienes han tenido que dejar su hogar caigan en las garras de los criminales.
EDITORIAL