Entre las diversas ideas extravagantes que han salido de la Casa Blanca en los primeros cien días del segundo mandato de Donald Trump, una de las más llamativas ha sido la de convertir a Canadá en el estado 51 de los Estados Unidos. A juzgar por los resultados de las elecciones celebradas este lunes, sin embargo, las ocurrencias de Trump, en lugar de acercarlo a sus vecinos del norte, están logrando el efecto contrario.
Las urnas dictaminaron que Mark Carney, quien reemplazó a Justin Trudeau luego de que este último anunciara su renuncia en enero, seguirá en el cargo como primer ministro de su país. Se trata de un resultado que lucía improbable hace unas semanas. El retiro de Trudeau se interpretó como producto del cansancio de los votantes con las políticas progresistas del ex primer ministro, un sentimiento que también se ha invocado para explicar la llegada de Trump al poder. La mayoría de los analistas daban por ganador a Pierre Poilievre, líder del Partido Conservador, opuesto al Partido Liberal de Carney y Trudeau.
Pero los pronunciamientos de Trump y, sobre todo, sus aranceles a las exportaciones canadienses debilitaron la candidatura de Poilievre. El rechazo a la postura política con la cual gobernó Trudeau durante casi 10 años pasó a un segundo plano y las elecciones se convirtieron en un plebiscito sobre el inquilino de la Casa Blanca. Quien mejor representaba esa postura soberanista era Carney.
El economista y ex banquero central no gobernará con una mayoría en el Parlamento. Liderará a un país atravesado por hondas divisiones ideológicas. Y, además, cargará en sus espaldas el peso de representar ante el mundo la resistencia a las extralimitaciones de Washington, cuyas amenazas más injustificables son precisamente las que le dirige a un vecino tan cercano y armonioso como Canadá. El mandato de Carney, por tanto, no será sencillo. Cabe desearle suerte y sabiduría para que guíe con tino a su país en esta coyuntura tan inédita.
EDITORIAL