Cada vez que me siento a escribir un poema en la casa donde la Naturaleza me ha hecho campo, porque a pesar de tener 81 años y medio los dedos me siguen pidiendo tecla a ver si sale la oda que me redima, me da por abrir un libro de mi biblioteca adyacente a ver por dónde me emboco. Saco alguno al azar, como en esta oportunidad el Diccionario jázaro del yugoeslavo Milorad Pavic, donde encuentro tinta en amarillo esta frase: “Alguien dijo a los de la casa que todo libro, como toda muchacha, puede convertirse en bruja, que su espíritu puede salir al mundo y atosigar y destruir a los que se hallen alrededor”.
Miro alrededor mío y como no tengo otra compañía que mi esposa, que no tiene nada de bruja, la muchacha que nos cocina y es todo un ángel, y mis dos perros que ladran a los ladrones, y que mis siete mil libros están siendo vacunados contra todo tipo de ácaros, polillas y pececillos de plata, me puedo hacer el desentendido. Además, con esta pandemia que vivimos el mundo empezó a acabarse cuando ya estaba instalado en mi edén adánico, donde gracias a Dios Padre me mantengo en forma mientras fraguo mi trascendencia.
Cuando ya voy a empezar a tomar el dictado de la musa a la que tan bien le fue con Homero se me alborota la cólera de Aquiles porque me suena la alarma del celular para indicarme que debo tomar las pastillas. Entre las que deslizo un Sildenafil por si el cielo se abre y por entre los árboles me cae una de sus aves.
Me quedo dormido recostado en el escritorio en la expectativa de madrugar a transcribir el poema que me dicte Calíope.
Como el agua para pasar las pepas me deja un sabor insípido en las papilas decido apurar un whisky Buchanan’s con un poco de hielo o nieve, lo que me deja a punto de comenzar a despacharme con mi odisea. Me timbra la llamada de una desconocida fanática, que quiere que le lea y le prologue un libro de poemas eróticos en respuesta a los míos que conoce, y me pide permiso para leerme alguno. Y así se van pasando las horas porque su voz y sus metáforas me seducen bajo el efecto inmediato de la pastilla.
Cuando al fin cuelgo exhausto, y me dispongo a recibir el dictado, oigo desde la cocina que me anuncian con voz perentoria: “Estás hervido”, por lo que tengo que bajar a manducar cuchuco de trigo con espinazo y envuelto de mazorca producto de la inspiración de la empleada mientras a mí se me va apagando. Con la última cucharada ladran Dina y León, los perros antaño tan callejeros como yo y ahora tan labradores, mis últimos amores del otro género, insinuándome que vaya a dar un paseo con ellos por la campiña.
Con el permiso de la musa que supongo tiene tiempo de sobra tomo mi cayado e incursiono en las regiones por donde la diosa Bachué con su hijo comenzaron a poblar el mundo según la mitología muisca, o sea por mi actual territorio.
Llego rendido a la tienda del camino, donde invito a mis canes a unos huesos de res y ordeno una botella de alcohol que termino compartiendo con los campesinos que van llegando y que sin conocer de mi angustia por no poder atender a la musa para escribir un poema paradisial comienzan a pedir otras mientras hablamos de las cosechas de papa que nos rodean y que peligran por el invierno cuando yo de cosechas no sé ni papa, y hecho todo un agricultor regreso a casa entrada la noche apoyado en el báculo y conducido como por guardaespaldas por los dos canes que son mis dos pies a tierra, y antes de subir a la habitación donde mi esposa se concentra en su Curso de milagros me quedo dormido recostado en el escritorio en la expectativa de madrugar a transcribir el poema que me dicte Calíope. Y así van pasando uno tras otro los días de lo que me resta de vida, a lo sumo garabateando lo que me dictan Dina y León.
P. D. Canta, oh musa, o en su defecto Dina sola, la suerte perruna de León, quien amanece muerto a las puertas del Paraíso, intoxicado con los fumigantes del vecino cultivo de papas. Le digo a la muchacha que lo encontró a su llegada que lo entierre en el bosquecillo, con el Diccionario jázaro de Milorad Pavic que nunca debí haber abierto. No la acompaño porque comienzo a sentir los espasmos del covid.
JOTAMARIO ARBELÁEZ