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Opinión

El nuevo aterrizaje de Carlos Lehder

Con el influjo de su gran capital, perturbó la paz social, la política y el funcionamiento de la economía regional.

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La década de los noventa del siglo XX aún es recordada por los quindianos, especialmente por el desbarajuste social y político que significó la actividad económica y social de Carlos Lehder Rivas para esa entonces rica región cafetera de Colombia.
Carlos Lehder, hijo de Guillermo Kurt Lehder, prestigioso ingeniero alemán que había emigrado de su patria chica a Armenia, Colombia, en 1928, se instaló en la Ciudad Milagro atraído por la fama del café local y por reiniciar su vida profesional.
En esa "Bella villa", Guillermo padre participó en la construcción de amplios conjuntos residenciales y varias edificaciones modernas con ascensores, una característica bastante innovadora e inusual para la época.
En un tiempo prudencial, se desposó con Elena Rivas, una dama de la élite manizalita, quien le dio el primer hijo que lo hizo superfeliz. A ese hijo le dieron por nombre Carlos Guillermo.
Elena no parecía una mujer de su tiempo. Hacía cosas impropias para el lugar y la época en que vivía Colombia a finales de los años cincuenta. La joven mujer, de una familia ‘acomodada’, no parecía darles importancia a los reclamos de su marido, ese inflexible inmigrante alemán, rubio y de gran estatura, que le llevaba diez años.
Gobernaba el país el presidente liberal Julio César Turbay Ayala, con su principal instrumento de control político y social: el Estatuto de Seguridad, cuya inflexible aplicación por la cúpula militar y su aplaudida marcha por el conservatismo cavernario puso en vigencia una época de terror para los opositores y el pensamiento crítico, pero de condescendencia con las mafias locales y nacionales.
Desde Nassau, Bahamas, la firma Air Montes le hizo llegar al Gobernador del Quindío una carta fechada el lunes 20 de noviembre de 1978, en la cual le anunciaba la decisión de premiar al departamento "por su extraordinario progreso cívico" con la donación de un avión bimotor.
Se trataba de un Piper Navajo, tipo ejecutivo, con matrícula N50RK, de color blanco, atravesado por una línea vinotinto en su vientre, y en el que había espacio para ocho pasajeros, incluida su tripulación.
La llegada del "anófeles de latón", como fue denominado por el progresista quincenario Cambio Liberal, fue de una apoteosis tal que los medios de comunicación regionales la ‘cubrieron’ en vivo y en directo, acompañados del fasto interpretativo de la banda municipal de músicos y el desfile acompasado de los principales colegios privados en traje ceremonial, jolgorio que fue rematado con un coctel en el salón de actos de la gobernación.
¿Vendrá Lehder ahora a darle continuidad a su proyecto político y social?
La aeronave venía piloteada por Jaime Restrepo, Juan Toro y su esposa Tatiana Canal, personajes al servicio de Lehder. También venía como pasajero Guillermo Lehder, el ya citado padre de Carlos.
Su arribo sin contratiempos al aeropuerto El Edén de Armenia se logró merced a la presencia de una misión especial de secretarios del gabinete departamental, designada por el gobernador.
Días después se supo que "en ese vuelo venían 32 millones de dólares en efectivo, bien empacados en tulas verde oliva, con rótulos de la Air Force norteamericana", y que uno de los secretarios del Gobierno, renunció a su cargo oficial y se convirtió en el feliz de los bienes de Lehder.
Breve tiempo después, cuando este latin lover, de 32 años de edad, hizo presencia en Armenia, fue objeto de distinciones sociales y las élites le proclamaron su entusiasmo en múltiples recepciones, a partir de lo cual fue bautizado lisonjeramente por algunos periodistas locales como "el industrial colombo-alemán".
En su honor, un espacio de la sede local del Círculo de Periodistas del Quindío fue consagrado como "Salón Bahamas", y el comunicador conservador Jorge Eliécer Orozco, su presidente, escribió un encomiástico libro, cuyos ejemplares desaparecieron del mercado cuando la DEA hizo públicos los antecedentes mafiosos del capo quindiano.
Lehder Rivas, hombre pasional, de ambiciones desmesuradas, proclive a la excentricidad, con la corpulencia de un fisicoculturista, se estremecía con las tonadas juveniles de John Lennon, a quien, por cierto, le erigió una escultura posmodernista construida por el artista Rodrigo Arenas Betancur en la Posada Alemana (1982).
Lehder se regocijaba con la ideología sombría de Adolfo Hitler, de cuya efigie tenía un inmenso óleo y su Mein kampf abierto en un atril como las biblias religiosas. Vivía a un ritmo de vértigo, como si cada segundo fuera el último de su existencia.
Llegó a tener más poder económico, social y político que el Comité de Cafeteros y la Gobernación juntos. Con el visible influjo de su enorme capital, perturbó la paz social, la actividad política y el funcionamiento tranquilo de la economía regional, hasta el punto de que las principales actividades empezaron a girar en torno a sus decisiones. Sus ruidosas fiestas, en las que obsequiaba el consumo sin tasa ni medida, desordenaron la convivencia sosegada y, de ahí en adelante, nada volvió a ser igual.
En sus empresas –con estructuras atractivas para el turismo, en lo que fue pionero-, instaló montepíos a donde la gente pobre y los profesionales ‘varados’ concurrían a empeñar objetos domésticos, que podían recuperar solo cuando presentaran tiquetes certificados de asistencia a las manifestaciones políticas convocadas por el Movimiento Latino Nacional, presidido por Lehder, con cuyas fuerzas aspiraba a llegar al Congreso de la república. ¿Vendrá Lehder ahora a darle continuidad a su proyecto político y social?

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