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Adultos mayores: sus viajes son la suma de experiencias buenas y malas

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El Tiempo e Historias en
Yo Mayor te invitan a recorrer Colombia a través de los relatos y las memorias de quienes nos vieron crecer. Su creatividad no entra en cuarentena.

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LOS VIAJES SON LA SUMA DE EXPERIENCIAS, BUENAS Y MALAS,

que quedan grabadas. En ese sentido, no hay dos viajes iguales. En ocasiones responde más a quien recorre el camino y otras veces se centra en el destino que se visita.

Los siguientes testimonios, recopilados por la Escuela Virtual de Historias en Yo Mayor, recogen tránsitos que son motivados por la curiosidad, el placer y, en algunos casos, acuden a estados alterados de la conciencia; en esta selección encontrará también periplos obligados, travesías profundas, compuestas de adversidades y momentos transformadores.

Disfrute de estos viajes escritos por personas mayores que lo sorprenderán con parajes desconocidos y experiencias únicas.

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POR: María Mercedes Luna

Empezamos subiendo la montaña desde una casa campesina, donde tomé una sopa de desayuno que me ofreció la persona que estaba a mi lado cuando desperté de un largo sueño... No sabía dónde estaba, empezaba el día y sentí dolor en mis muñecas y tobillos, me encontraba amarrado de pies y manos con alambre.

De pronto llegaron tres tipos vestidos de camuflado y fuertemente armados. Me ordenaron seguirlos con otros tres hacia las montañas donde empezaría una gran pesadilla de 6 meses en las montañas de Colombia.

Conocer la cordillera oriental en estas circunstancias nunca había pasado por mi cabeza, pero el empezar el trayecto con ropa citadina y zapatos de cuero fue difícil por las largas horas que caminamos. Llegamos a un campo de caña de azúcar. Me dieron un pedazo pelado con la machetilla que llevaban colgada a la cintura. Esta fue mi segunda y última comida del día.

Todavía hacía calor, pero a medida que subíamos se iba enfriando el clima. A los pocos días me dieron un camuflado, chaqueta y botas pantaneras que me acompañarían durante este viaje ecológico, como lo suelo llamar cuando recuerdo aquellos días contándoles a mis amigos y familia.

Caminábamos en la noche para que no notaran nuestra presencia. Los guerrilleros eran 6. Entre ellos había una mujer joven que cocinaba y era la novia del comandante. Todos eran jóvenes, atléticos y parecían gatos en la noche por la agilidad y porque veían perfectamente en la oscuridad. Nunca les vi la cara, siempre estaban ocultos. Me decían ‘El cucho’, porque tenía un poco más de cincuenta. Afortunadamente siempre me gustó el deporte y pude aguantar el ritmo que llevábamos.

Cuando veían que había algo de agua, parábamos cuatro o cinco días. Poníamos una carpa con puro techo y bolsas plásticas negras de cama. Yo trataba de poner algunas ramas debajo para que no fuera tan duro el piso donde descansaría.

Dormía entre dos guerrilleros, y el frío era espantoso. Muchas veces llovía y granizaba, dejando todo blanco. Las nubes tapaban las montañas, pero otras veces estaba despejado y se veía el cielo todo estrellado iluminando nuestro camino.

Había días soleados con viento frío, pero era reconfortante recibir los rayos del sol.

Comía en una taza de plástico y con cuchara, pues me decían que era mejor así para que no intentara nada contra mi vida. Con esta misma taza me bañaba a totumados en los riachuelos que encontrábamos. Solamente una vez encontramos un pozo con un poco más de agua donde por primera vez me pude sumergir.

Me daban miedo los desfiladeros porque en la noche no se veía nada y no sabía si iba a quedar en alguno de esos precipicios. A pesar de todo, pude disfrutar de lo bello que es nuestro país. Eran imponentes los paisajes y la riqueza de fauna y flora. Creo que nunca hubiera conocido a Colombia de esta manera. Qué riqueza la que tenemos y no la podemos disfrutar por la violencia que hemos vivido.

Este grupo estaba muy bien organizado, sabían dónde parar exactamente, para recibir provisiones o ir a buscarlas cambiando su atuendo por campesinos inocentes que bajaban a algún pueblo con costal al hombro a comprar comida de primera necesidad.

Volvían después de un día y teníamos provisiones para 15 días o más...

Al mes y medio de estar en estos andares, llegó la Navidad (estas fechas pasaron desapercibidas) y, para año nuevo, me dieron un radio donde empecé a oír los mensajes de mi esposa, mis hijos, mis hermanas y amigos.

Los primeros mensajes que mandaba mi esposa repetían que estaban bien y que estaban haciendo lo posible por regresarme pronto. Pero mis queridos acompañantes me hacían lavado de cerebro diciendo que mi familia no quería cooperar.

Mi ánimo cambiaba muy rápido dependiendo de lo que pasaba cada día.

Así fueron pasando los días y, cuando regresé, finalmente me quedé sin voz, porque tenía que hablar en susurros para no producir eco en las montañas. Al salir a la libertad me dejaron en un pueblo en Santander. Llamé a mi casa y mi esposa contestó, y le dije quedamente: “Soy yo, Marcos, estoy libre... ya voy para allá”.

Para mi familia fue la locura recibir esta llamada y me esperaron ansiosamente. El reencuentro es difícil de describir en palabras, pero fue una alegría infinita.

Regresé con 10 kilos menos, el colesterol alto por tanto estrés y, al encontrarme con mi familia y amigos, fue emoción tras emoción. Pensé que no iba a volver a verlos de nuevo.

Hoy, 18 años después, este viaje ecológico siempre lo estoy recordando por lo que vi y pude apreciar, por todos los caminos en esas montañas tan hermosas.

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POR: Magda Becerra

Empiezo mi relato con toda la intención de contar las cosas agradables que pueden suceder en un viaje, pero no sé si, por el contrario, la nostalgia saque a flote la tristeza y melancolía por saber que lo planeado no fue en verdad la realidad vivida.

Corría el mes de noviembre del año 1985 y, como todos los años, la alegría de visitar la casa paterna empezó a producir en mis hijos la ansiedad por visitar a ese abuelo que, como ellos a él, los extrañaba y anhelaba su llegada.

He tenido el privilegio de conocer muchas tierras y, con absoluta seguridad, afirmo que los paisajes de Boyacá son tan hermosos que, al verlos en la lejanía, parece como si fuese una pintura, como retazos con diversos colores, como si la luz del sol diera intensidades a los verdes campos y los cultivos con sus flores; sus frutos completan los cuadros que la naturaleza nos pinta de colores. Esto hace que cualquier viaje sea agradable a la vista y relaje los sentidos. Ya sabíamos que el destino final estaba muy lejos y que disfrutaríamos no solo de estos paisajes, sino también de la sabana de Bogotá, las montañas de Cundinamarca y el famoso Plan del Tolima, donde el clima ardiente permite despojarnos de nuestra querida ruana para darnos la oportunidad de recibir el calor de nuestro astro rey.

Cuando llegábamos a la ciudad blanca (Armero), era la hora del descanso, la alegría de su gente contagiaba y obligaba a dar la vueltica por el parque y tomar el helado, la avena helada y una cervecita fría; también nos llevaba a sentarnos en una de las bancas de cemento en el parque, frente a la Iglesia blanca e imponente, situada en la esquina de la calle más transitada e importante, para ver lo hermoso del atardecer, con la llegada de bandada de pájaros de muchas clases y colores, entre ellos los pericos escandalosos que buscaban sus nidos para pasar la noche. Ahí estaba presente la alegría de la tierra tolimense, rocolas a todo volumen con la música que anunciaba la llegada de diciembre.

Proseguir el camino antes de anochecer era nuestra meta. Al dejar esa tierra maravillosa, entrábamos en el camino hacia El Líbano, destino final. Cuando empezábamos a subir la cordillera se sentía también, en el ambiente, aquel olor a maleza y hierba fresca característico en todo el recorrido. Cuarenta y cinco minutos y, allí, a lo lejos las torres de la Iglesia que nos anunciaba la llegada.

¿Qué nos esperaba? Más que lo que nos esperaba era quién nos esperaba, un abuelo que era el culpable de que nuestras vacaciones no fueran a la orilla del mar o, quizás, en una ciudad donde las comodidades de un hotel fueran las vacaciones perfectas. Pero no, era la algarabía, los juegos con los vecinos y la elaboración de toda clase de arreglos navideños para adornas la cuadra, cosas tan sencillas, pero que llenaban el corazón de ese espíritu navideño que inicia desde noviembre.

No podía ser distinto. Serían otras vacaciones que sin mucho lujo se disfrutarían como en años anteriores. Bueno, eso lo pensábamos, pero lejos estábamos de predecir los días que de colores y alegría se convertirían en oscuros, fríos, apagados y llenos de sinsabores.

Ese trece de noviembre desde las horas de la mañana se presagiaba el desastre, el día se tornó gris, caía ceniza y los campos y avenidas se veían como sacados de una tarjeta navideña, como si fuera nieve sobre el paisaje. Con el avance de las horas también aumentaba la angustia de los habitantes del pueblo, porque se escuchaban rumores de una posible erupción del volcán Nevado del Ruiz, pero los boletines informativos en las emisoras daban parte de tranquilidad, aunque no todos creyeran las noticias.

Muchos quisieron salir del pueblo, pero parecía tarde y no dejaban salir ninguna clase de vehículos por la gran cantidad de ceniza que caía. Tratamos de tranquilizarnos, pero solo pudimos refugiarnos dentro de las casas y esperar. Nueve y treinta de la noche, tres explosiones que se escucharon a muchos kilómetros a la redonda. En ese momento no había límites de vecindad, todo el pueblo fue uno solo, había un lugar por donde el río Lagunilla pasaba cerca del pueblo y ese era el temor: que por allí se desbordara y provocara una avalancha que terminaría con todo lo que encontrara a su paso. El ruido de las sirenas, los pitos de los carros, el apagón, en fin, todo fue confusión y caos. La espera fue interminable. De pronto, río abajo, un ruido ensordecedor, la bravura de aquel hilo de agua que, rápidamente, se convertiría en el caudal más espantoso antes visto por los habitantes de las riberas que huyeron hacia el pueblo para preservar sus vidas.

A las diez y media todo quedó en calma, con el ruido río abajo, y aunque el apagón duró mucho rato, ahora el temor se fijaba en Armero que era el vecino más próximo y, por el cual, el Lagunilla pasaba muy cerca. El horror que se vivió allí lo han narrado innumerables personajes y sobrevivientes que dicen haber visto el fin del mundo.

Con mucha tristeza termino mi narración, pero también con un agradecimiento al Todopoderoso que protegió la vida de aquel pueblo que ha visto pasar de cerca el peligro en la furia de la naturaleza. El Líbano se había salvado.

Adiós a la vueltica por Armero, adiós a las aves que adornaban su cielo, adiós a su algodón y sus arrozales. La tierra de tanta algarabía y blanca belleza solo guarda en sus entrañas los seres que alguna vez tuvieron ilusiones y esperanzas.

Hoy un camposanto tan olvidado como olvidadas sus tumbas y su gente.

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Créditos

Este especial multimedia es el resultado de la Escuela Virtual de ‘Historias en Yo Mayor’, un proyecto organizado por la Fundación Saldarriaga Concha y la Fundación Fahrenheit 451, en alianza con el periódico EL TIEMPO, que les da herramientas a las personas mayores y a sus familias para que, a través de la construcción de historias, encuentren un canal de esparcimiento que enriquezca su calidad de vida en tiempos de pandemia.

Textos y videos: © Autores varios

Coordinación editorial, compilación y selección: Javier Osuna, Sergio Gama y Mauricio Díaz

Producción y edición de Pódcast: Angélica Castellanos

Producción y edición de Radiocuentos: Alejandro Quintero

Imágenes de archivo: Proyecto Historias en Yo Mayor

Diseño digital: Daniel Celis y Katherine Orjuela

Ilustraciones: Daniel Celis

Maquetación: Carlos Bustos

Jefe de diseño: Sandra Rojas

Editor de especiales multimedia: José Alberto Mojica

Periodista de especiales multimedia: David López Bermúdez

Editor gráfico: Beiman Pinilla

Textos y videos: © Autores varios

Coordinación editorial,
compilación y selección:

Javier Osuna, Sergio Gama y
Mauricio Díaz

Producción y edición de Pódcast:
Angélica Castellanos

Producción y edición de Radiocuentos:
Alejandro Quintero

Imágenes de archivo:
Proyecto Historias en Yo Mayor

Diseño digital: Daniel Celis y
Katherine Orjuela

Ilustraciones: Daniel Celis

Maquetación: Carlos Bustos

Jefe de diseño: Sandra Rojas

Editor de especiales multimedia:
José Alberto Mojica

Periodista de especiales multimedia:
David López Bermúdez