
Nuestros mayores cuentan

EL TIEMPO e Historias en
Yo Mayor te invitan a recorrer Colombia a través de los relatos y las memorias de quienes nos vieron crecer.

EL TIEMPO e Historias en
Yo Mayor te invitan a recorrer Colombia a través de los relatos y las memorias de quienes nos vieron crecer. Su creatividad
no entra en cuarentena.

Las personas mayores han sido testigos del paso de la historia y de la transformación del espacio por diferentes motivos. A veces, como resultado de nuestras propias acciones, otras por determinaciones de los demás; incluso, por manifestaciones de la naturaleza o la violencia.
Los siguientes testimonios, recopilados por la Escuela Virtual de Historias en yo Mayor, dan clara muestra de esa potente relación de cambio que afecta no solo la vida de quienes allí vivieron, sino la de todo un país y la de futuras generaciones. Hablan de la toma del Palacio de Justicia, pasando por el día en que un árbitro expulsó a Pelé, cruzando la historia de los barrios populares, la belleza de una Ceiba centenaria en Norte de Santander, hasta llegar a la destrucción de la selva chocoana. Amarre su cinturón y disfrute de este viaje a la transformación de nuestros lugares, guiados por el testimonio y las experiencias de nuestros mayores.


Casi terminando el año 1985 el país se enfrentó a una de las páginas más sangrientas de su historia.
Casi terminando
el año 1985 el país se enfrentó a
una de las páginas más
sangrientas de su historia.
Por: Luz Marina Natalia Cediel León
Por esos días yo estaba terminando mi último semestre de Filosofía; eran días raros, ya no había clases, solo teníamos que ver las notas que estaban publicadas en la cartelera de la Facultad. Ese 6 de noviembre, hacia la una de la tarde, el Palacio de Justicia, enclavado en la Plaza De Bolívar, símbolo de uno de los tres poderes según la Constitución colombiana, fue tomado por un grupo revolucionario, el M-19.
Quizás para muchas personas este lugar sea algo inocuo, sin sentido, pero para nuestra familia no, ese día supimos lo que significaba la violencia, tan lejana en nuestra ciudad capital. Desde el 80 habíamos vivido la guerra de los narcotraficantes contra las autoridades con sus bombas, por esto atentados murió una cantidad increíble de personas. También fuimos testigos de la pérdida de los futuros líderes políticos que, ante nuestros ojos, iban cayendo bajo los atentados cometidos por parte de jóvenes
Quizás para muchas personas este lugar sea algo inocuo, sin sentido, pero para nuestra familia no, ese día supimos lo que significaba la violencia, tan lejana en nuestra ciudad capital. Desde el 80 habíamos vivido la guerra de los narcotraficantes contra las autoridades con sus bombas, por esto atentados murió una cantidad increíble de personas. También fuimos testigos de la pérdida de los futuros líderes políticos que, ante nuestros ojos, iban cayendo bajo los atentados cometidos por parte de jóvenes sicarios: la explosión del avión de Avianca, el edificio del DAS o la infame bomba del Barrio Quirigua el sábado anterior a un día de La Madre. Ese 6 de noviembre sonó el teléfono para avisarnos que Beatriz, nuestra cuñada, estaba dentro del Palacio de Justicia. Desde ese momento entendimos a medias lo que iría a pasar; me acuerdo de haber llamado a una de las emisoras de la época para que nos dieran información sobre Ana Beatriz Moscoso Hurtado de Cediel.
sicarios: la explosión del avión de Avianca, el edificio del DAS o la infame bomba del Barrio Quirigua el sábado anterior a un día de La Madre. Ese 6 de noviembre sonó el teléfono para avisarnos que Beatriz, nuestra cuñada, estaba dentro del Palacio de Justicia. Desde ese momento entendimos a medias lo que iría a pasar; me acuerdo de haber llamado a una de las emisoras de la época para que nos dieran información sobre Ana Beatriz Moscoso Hurtado de Cediel.
Con voz entrecortada di los datos, dije que era Auxiliar de la Corte, como consecuencia, entre llantos, pasamos la noche en blanco esperando alguna razón. Ese 7 de noviembre confirmamos que Beatriz, la mujer alegre y trabajadora, había muerto. Pienso que junto a los cientos de fallecidos fue un asesinato propiciado. Cuando el gobierno de turno dio la orden, el ejército desató la masacre más atroz a fuego y sangre: irrumpieron destrozando la puerta principal del Palacio con un descomunal tanque cascabel; lo que pasó adentro solo lo saben quienes ejecutaron el rescate para preservar la supuesta democracia.
El día que enterramos a Beatriz todos estábamos en silencio, con rabia contenida. Era también la reacción de cientos de familias que habían perdido a sus seres queridos; lo más cruel fue saber de los que salieron supuestamente vivos y luego desaparecieron. Ese 6 y 7 de noviembre de 1985 la justicia no solo fue secuestrada por parte del grupo guerrillero; por orden del Estado el ejército la encontró con una venda en sus ojos… Como buitres cayeron sobre ella, le prendieron fuego como si fuera una mercancía de poca monta. Fue el precio por salvar un gobierno débil frente a un inminente golpe militar.




Por: María del Socorro Gómez Estrada
Fui a buscar
mi casa
y de ella no encontré
sino vestigios fragmentados
de su rastro
adheridos con las uñas
a una placa
que en vida de la casa
anunciaba un colegio
que había heredado
el nombre de mi padre.
Busqué entre las paredes
nuevas
algo que me hablara
de la infancia
que dejé dormida
en sus cimientes
pero no quedó nada…
Y la nueva casa
se cuidaron
de hacerla sin memoria
y sin cuarto
para calentar
recuerdos ajenos.
Al principio me desesperé
por lo que creí
un holocausto
pero viéndolo bien,
la casa que está ahora
y que invadió
lo que fue mío,
hasta tragarse el aire
de mis primeros amores,
no tiene la culpa…
El problema es mío
por no haber llevado
la casa conmigo
cuando la dejé.
Y el problema
es mucho más grave
porque confiada
en que mi casa de niña
siempre estaría
esperando por mí,
fui dejando en casas sin rostro
el resto de mis años.
Con la casa demolieron
además de mi infancia
la única esperanza
que tenía
de encontrarme…
II
Trato de romper
Trato de romper la cortina de humo
que me separa
de lo que fueron
mis viejos días…
Alcanzo a ver algunos muros
de mi casa de infancia
y las sombras de quienes
la habitaban conmigo.
Como luciérnagas
se asoman
los ojos de muñecos perdidos
en el rincón de un patio
y escucho el eco
de risas suspendidas.
Del calor de los abrazos
y de las palabras comprometidas
no queda sino el silencio.
Y hoy, yo,
cada día más perdida
y huérfana de mí.
Y la nueva casa se cuidaron de hacerla sin memoria y sin cuarto para calentar recuerdos ajenos. Al principio me desesperé por lo que creí un holocausto pero viéndolo bien, la casa que está ahora y que invadió lo que fue mío, hasta tragarse el aire de mis primeros amores, no tiene la culpa… El problema es mío por no haber llevado la casa conmigo cuando la dejé. Y el problema es mucho más grave porque confiada en que mi casa de niña siempre estaría esperando por mí, fui dejando en casas sin rostro el resto de mis años. Con la casa demolieron además de mi infancia la única esperanza que tenía de encontrarme…
II
Trato de romper la cortina de humo que me separa de lo que fueron mis viejos días… Alcanzo a ver algunos muros de mi casa de infancia y las sombras de quienes la habitaban conmigo. Como luciérnagas se asoman los ojos de muñecos perdidos en el rincón de un patio y escucho el eco de risas suspendidas. Del calor de los abrazos y de las palabras comprometidas no queda sino el silencio. Y hoy, yo, cada día más perdida y huérfana de mí.




Eso fue exactamente el diecisiete de julio
de mil novecientos sesenta y ocho en El Campín.
Lo que pasó esa noche nunca lo voy a olvidar.
Eso fue exactamente el
diecisiete de julio
de mil novecientos sesenta y
ocho en El Campín.
Lo que pasó esa noche nunca lo
voy a olvidar.
Por: José Tomás Castro Rico
llegué pasadas las once y media de la mañana, el gigante de la cincuenta y siete empezaba a despertar con la bulla de aficionados que parecían hormigas a su alrededor. Compré boleta para la Tribuna de los Gorriones, que eran las más baratas por ser la tribuna gratis para los niños que no superaran en estatura una marca que había en la pared, pero en partidos nocturnos no había entrada para ellos. Luego me fui al Palacio del Colesterol a dar rienda suelta a la gula. Estaba repleto. En las mesas humeaban los platos de cuchuco con espinazo, mientras que la morcilla, el chicharrón y demás de la fritanga hacían ojitos desde los calderos que sudaban encima de las estufas que trabajaban a todo vapor.
Pedí una picada y me senté afuera en el pasto. Había familias completas piqueteando al aire libre en las zonas verdes aledañas al estadio. Hoy el panorama cambió porque el progreso cambió el verdor por cemento y el piqueteadero por parqueaderos, aunque dicen de este último que su agonía comenzó con la llegada de las barras bravas. Eso dicen, no sé. Pero bueno, eso es arena de otro costal. A las nueve de la noche salieron los equipos a la cancha: Santos de Brasil con Pelé a la cabeza y nuestra selección que se preparaba para los Olímpicos de México. La algarabía que causó la presencia del Rey Pelé calmó quince minutos después, entonces arrancó el partido.
El Nemesio Camacho El Campín enmudeció, nadie se movía. Con el transistor pegado a la oreja para dar credibilidad a lo que veían nuestros ojos seguíamos el juego. A los cuatro minutos, tenga, nos empacaron el primero, como no fue de Pelé, ni de la Selección, nos pareció un gol insípido y no lo celebramos. Con la llegada del gol de Colombia, llegaron los problemas. Lima, delantero de Brasil alegó, pataleó, discutió que había fuera de lugar, como no le pararon bolas, le hizo zancadilla al árbitro, éste reaccionó y le metió un gancho de izquierda y le encimó la expulsión. Ahí duró un rato suspendido el partido, lo que caldeó los ánimos en el campo y en la tribuna.
El clásico se disputaba con ardor y, en una jugada confusa, Pelé reclamó un penal, el árbitro hizo caso omiso; Pelé, airado, le mentó la madre en portugués y, preciso, era la única grosería que el juez sabía en ese idioma. De manera que, señalando con su índice el camerino -aún no habían inventado la tarjeta roja- le gritó: “Por más Rey que usted sea, pa´ fuera”, y lo expulsó. Imagínese, las cincuenta mil almas que logramos ingresar lo hicimos para ver al Rey Pelé… ¡Es que, hijo, ese era mucho jugador! No me crean tan pendejo… Y nos salen con semejante chorro de babas… Al ver salir cabizbajo a nuestro ídolo, se nos enfundó el demonio. Volaron radios, pilas, monedas, gritería, histeria…, hasta que expulsaron al árbitro y entraron de nuevo al crack. Si no es así, el estadio de la cincuenta y siete que ustedes conocen, no existiría. El respetable público lo vuelve “mieeeda”, como dicen los costeños.
Al final perdimos cuatro dos; Pelé nos hizo dos señores goles y nos embelesó con su magia futbolística, pero yo quería más, yo quería saludarlo. Por eso, cuando me enteré de que el árbitro había formulado una denuncia y que El Rey del fútbol y su equipo estaban arrestados en la Comisaría del Norte, me dije: “Aquí que no peco”, lo que es “me hago llevar detenido a esa Comisaría”. Ofendí y me burlé del primer policía que encontré hasta que me arrestó. “Vámonos ––dijo el tombo––, que en la Cuarenta nos arreglamos”. ––¡Un momento! Por jurisdicción usted me tiene que llevar a la Comisaría del Norte. ––En condiciones normales, sí ¬¬––dijo el policía––, pero ahorita tienen allá al tal Pelé y su cuadrilla. Además, dizque eso está hecho un mierdero de civiles que quieren saludarlo. Así que andando pa la cuarenta. Por irrespeto a la autoridad fui a parar en un calabozo de la Cuarenta.
jóvenes sicarios: la explosión del avión de Avianca, el edificio del DAS o la infame bomba del Barrio Quirigua el sábado anterior a un día de La Madre. Ese 6 de noviembre sonó el teléfono para avisarnos que Beatriz, nuestra cuñada, estaba dentro del Palacio de Justicia. Desde ese momento entendimos a medias lo que iría a pasar; me acuerdo de haber llamado a una de las emisoras de la época para que nos dieran información sobre Ana Beatriz Moscoso Hurtado de Cediel.
Con voz entrecortada di los datos, dije que era Auxiliar de la Corte, como consecuencia, entre llantos, pasamos la noche en blanco esperando alguna razón. Ese 7 de noviembre confirmamos que Beatriz, la mujer alegre y trabajadora, había muerto. Pienso que junto a los cientos de fallecidos fue un asesinato propiciado. Cuando el gobierno de turno dio la orden, el ejército desató la masacre más atroz a fuego y sangre: irrumpieron destrozando la puerta principal del Palacio con un descomunal tanque cascabel; lo que pasó adentro solo lo saben quienes ejecutaron el rescate para preservar la supuesta democracia.
El día que enterramos a Beatriz todos estábamos en silencio, con rabia contenida. Era también la reacción de cientos de familias que habían perdido a sus seres queridos; lo más cruel fue saber de los que salieron supuestamente vivos y luego desaparecieron. Ese 6 y 7 de noviembre de 1985 la justicia no solo fue secuestrada por parte del grupo guerrillero; por orden del Estado el ejército la encontró con una venda en sus ojos… Como buitres cayeron sobre ella, le prendieron fuego como si fuera una mercancía de poca monta. Fue el precio por salvar un gobierno débil frente a un inminente golpe militar.


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Créditos
Este especial multimedia es el resultado de la Escuela Virtual de ‘Historias en Yo Mayor’, un proyecto organizado por la Fundación Saldarriaga Concha y la Fundación Fahrenheit 451, en alianza con el periódico EL TIEMPO, que les da herramientas a las personas mayores y a sus familias para que, a través de la construcción de historias, encuentren un canal de esparcimiento que enriquezca su calidad de vida en tiempos de pandemia.
Textos y videos: © Autores varios
Coordinación editorial, compilación y selección: Javier Osuna, Sergio Gama y Mauricio Díaz
Producción y edición de Pódcast: Angélica Castellanos
Producción y edición de Radiocuentos: Alejandro Quintero
Imágenes de archivo: Proyecto Historias en Yo Mayor
Diseño digital: Daniel Celis y Katherine Orjuela
Ilustraciones: Daniel Celis
Maquetación: Carlos Bustos
Jefe de diseño: Sandra Rojas
Editor de especiales multimedia: José Alberto Mojica
Periodista de especiales multimedia: Diana Ravelo
Editor gráfico: Beiman Pinilla
Textos y videos: © Autores varios
Coordinación editorial,
compilación y selección:
Javier Osuna, Sergio Gama y
Mauricio Díaz
Producción y edición de Pódcast:
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Diseño digital: Daniel Celis y
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Ilustraciones: Daniel Celis
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Jefe de diseño: Sandra Rojas
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