Al repasar la historia de los mercenarios colombianos involucrados en el asesinato del presidente de Haití, lo único que parece claro hasta ahora es que, en efecto, en la supuesta conspiración para eliminar al mandatario, participó un contingente de antiguos integrantes de nuestras Fuerzas Militares, algunos de los cuales perecieron en la maniobra, y que los demás, en su mayoría, fueron capturados y se encuentran aislados, a disposición de las autoridades haitianas. De ahí en adelante todo se queda por el momento en el terreno de las especulaciones, en el cual no pienso incursionar.
Sin embargo hay un aspecto que me ha llamado la atención, y es la forma como las autoridades, lo mismo que algunos dirigentes políticos –y no pocos ciudadanos– han reaccionado al hecho de que algunos compatriotas estén ‘mancillando’ el nombre de nuestro país en el exterior.
Tanto en las redes sociales como en los medios de comunicación se han escuchado voces airadas –en particular de muchos funcionarios– que alegan que esos ciudadanos no nos representan, y sacan a relucir de nuevo el consabido cuento de que Colombia es un país de gente honesta, trabajadora y talentosa que quiere salir adelante, y que por unos pocos connacionales que cometen fechorías en el exterior no se puede desacreditar todo un país.
No se necesita ser antropólogo, sociólogo o politólogo para deducir que, evidentemente, esos sujetos no nos representan; pero también hay que decir que es desproporcionada la reacción de esos burócratas que salen a rasgarse las vestiduras y a defender con tan exacerbada indignación la honorabilidad y el talento del pueblo colombiano.
Es obvio que la honra de 50 millones de ciudadanos no se puede poner en tela de juicio por el comportamiento de unos mercenarios; ni tampoco por la conducta de tantos narcotraficantes, contrabandistas, traficantes de personas, ladrones de cuello blanco o estafadores que cometen sus fechorías más allá de nuestras fronteras.
Lo más curioso es que muchos de esos funcionarios que se sobreactúan al reivindicar el honor nacional cuando un bandido nos hace quedar mal en el exterior son los mismos que salen a celebrar con inusitada euforia ‘los logros de nuestro país’ cuando un deportista o un artista colombiano consigue algún triunfo internacional.
Cuando se habla de una exposición de Doris Salcedo en Londres, de una presentación de Shakira en el Super Bowl, o de la conquista del Tour de Francia de Egan Bernal en los Campos Elíseos, ahí sí se sienten divinamente representados, a pesar de que no han hecho ningún aporte para que aquellos obtengan esos logros.
Si algunos artistas plásticos, cantantes o deportistas han logrado salir adelante no ha sido propiamente por la ayuda del Estado, sino gracias a su esfuerzo
Peor aún: casi todos esos presidentes, ministros, alcaldes o congresistas que salen con el corazón inflado de patriotismo a felicitar en redes sociales a esos compatriotas ilustres, “por poner en alto el nombre de nuestro país”, incurren en un vulgar acto de oportunismo, pues si esa artista plástica, esa cantante o ese ciclista han logrado salir adelante no ha sido propiamente por la ayuda del Estado, sino gracias a su esfuerzo, al apoyo de sus familias y a la contribución de tantas empresas privadas que sí han apostado por su talento.
En otras palabras, esos políticos y funcionarios deberían saber que estos destacados personajes tampoco los representan; pues todo lo que han conseguido se debe exclusivamente a sus propios méritos. El hecho de que compartan con ellos el mismo pasaporte no les da derecho a apropiarse de sus victorias.
Sin ir muy lejos, el pasado domingo, al finalizar el Tour de Francia, prácticamente ninguno de esos cazarrecompensas salió a saludar a Rigoberto Urán ni a Nairo Quintana, luego de su discreta participación en esa difícil competencia. Seguramente ahí sí no se sintieron tan bien representados.
VLADDO