Como es obvio, los gravísimos hechos recientes acaecidos en el seno del Gobierno que preside Gustavo Petro ya se están investigando por las autoridades competentes y serán ellas, nadie más, quienes le digan al país, ojalá pronto, cuáles fueron el origen y desarrollo de tales actuaciones, qué disponen las leyes para esos casos, quién o quienes fueron actores, auxiliadores, víctimas, etcétera, además de la penalidad que se imponga si a ello (como es casi seguro) habrá lugar.
En consecuencia, yo creo que lejos de seguirse desvelando en la búsqueda de una “verdad incontrovertible” dentro de tan enredado asunto, quien tiene la fortuna de una columna para libre pero responsable expresión como esta puede (¿y aun debe?) ocuparse de unas infortunadas palabras, pronunciadas, en pleno fragor del escándalo, por una congresista, militante del partido de gobierno, a todas luces bastante afectado por tan censurable proceder en las más altas dependencias oficiales del país.
Me refiero a la senadora Clara López, quien dijo por micrófonos de Zona Franca y en pleno uso de sus facultades que: “Si vamos a comparar las chuzadas de una SIRVIENTA con las chuzadas de la Corte Suprema de Justicia vamos a quedar muy mal librados” (mayúsculas de esta columna). Semejante advertencia, leída muchas veces y colocada frente al más elemental respeto debido recíprocamente entre todos los ciudadanos, resalta, en cada nuevo repaso más ofensiva y denigrante.
Si, como se sabe, esta congresista no fue elegida por una nobleza escandinava ni en un concilio vaticano, sino por un número considerable de hombres y mujeres colombianos entre quienes, con harta probabilidad, hubo cuando menos una trabajadora del servicio doméstico. ¿Pidió la nulidad de ese voto por considerarla “una sirvienta”, es decir, un ser humano indigno de su confianza y gratitud, tan necesarias en la vida diaria de los asociados?
En mi opinión, la señora López, prevalida de esta condición y reconocida militante de izquierda, no está facultada, ni podría estarlo, para divulgar al público una convicción suya, clasista y discriminatoria, pero ante todo injusta, sintetizada así: que delinquir contra magistrados de una alta corte es punible, pero que el mismo delito cometido contra quien ella considera “una sirvienta” solo sería la causa para quedar “muy mal librados”.
Fin de mero consejo: ¡cuidado con el lenguaje, respetados funcionarios públicos!
VÍCTOR MANUEL RUIZ