Desde hace un mes, cuando se llevó a cabo la segunda posesión de Donald Trump, el mundo ha estado de tumbo en tumbo, por cuenta de la embestida del mandatario contra muchos valores, costumbres, acuerdos y normas a los que parecíamos habituados, y que de alguna manera dábamos for granted; es decir, sentíamos que los teníamos asegurados. Gran equivocación.
Pero no quiero hacer este sucinto repaso de lo que han sido los primeros treinta días del nuevo mandato del millonetas sin recordar, una vez más, que el hecho de que este siniestro personaje sea el presidente de la democracia más emblemática de Occidente deja en evidencia lo maltrecha que está la política en el mundo. Y si usted es uno de los que pensaban que Estados Unidos estaba blindado contra una tiranía, gracias a que tenía un gran sistema de pesos y contrapesos, think again, porque ahora, con la Corte Suprema con una mayoría de magistrados conservadores, y un Congreso dominado por los republicanos, es mejor no hacerse muchas ilusiones.
Y lo peor es que ese virus que contagió a los electores gringos –que escogieron como presidente a un criminal con más de 30 delitos encima– se ha esparcido peor que el covid, con el agravante de que no hay tratamiento ni vacuna a la vista. De hecho, ahora cualquier individuo, a pesar de lo loco, intransigente, demagogo, vulgar o inepto que sea, puede presentarse a unas elecciones en cualquier país, y ganarlas; tal y como se ha visto en numerosos lugares a lo largo y ancho del planeta. Y en el caso de Trump la cosa es más dramática, pues luego de su primera estancia en la Casa Blanca, ha vuelto con más bríos, y mucha mayor capacidad de destrucción.
Sí, como se dice coloquialmente, "el poder es para poder", Trump está dejando en claro que no se va a poner con remilgues, que con él cualquier cosa se puede esperar y que no le importa nada ni nadie con tal de imponer su agenda, por muy obtusa o radical que nos parezca a los defensores de la democracia liberal, que no se veía tan amenazada desde hace 90 años.
Muchos que creían que Trump iba a llegar a defenestrar a Nicolás Maduro se quedaron de una pieza al ver la deferencia con la que está negociando con la dictadura venezolana.
Desde su discurso de posesión, ese personaje se ha dedicado, por una parte, a borrar el legado y las ejecuciones de Joe Biden, y por la otra, a cumplir a rajatabla sus promesas de campaña a punta de órdenes ejecutivas, tarea en la cual ha encontrado uno que otro escollo, por cuenta de algunos jueces que, como casos aislados, han tratado de impedir que el caos se generalice.
Así y todo, en un país como Estados Unidos el poder presidencial es fuerte, y mientras que unos se resignan a los caprichos de Trump, otros se amoldan o simplemente sacan provecho; así terminen decepcionando al resto de mortales.
A propósito de decepciones, no deja uno de sentir cierta lástima por la cantidad de latinoamericanos que apoyaron a Trump con la esperanza de que promoviera grandes transformaciones democráticas al sur del Río Grande, y que ahora se sienten, en el mejor de los casos, desconcertados. Empezando por los que creían que Trump iba a llegar a defenestrar de inmediato a Nicolás Maduro, y se quedaron de una pieza al ver la deferencia con la cual su istración está negociando con la dictadura venezolana.
Y qué tal los nombramientos que ha hecho en su gabinete. O los decretos que expedido contra las conquistas por la inclusión, la diversidad o el medio ambiente, su aversión a la identidad de género, el desmantelamiento de Usaid –la legendaria agencia de ayuda internacional–, su inocultable desprecio por sus vecinos o el desdén hacia la Otán. Y ni hablar de los coqueteos con el régimen de Vladimir Putin, con el que ya se encuentra en conversaciones para promover su plan de "paz total" para Ucrania, pero sin contar con la participación de los ucranianos, y seguramente con muchas concesiones al tirano ruso.
Y esto apenas comienza…