En poco más de diez semanas, Nicolás Maduro será pomposamente investido, por tercera vez –pero más ilegítimo que nunca–, como presidente de Venezuela. Tras 11 años en el poder, destruyó lo que quedaba del aparato económico, hundió la producción de petróleo de 3 millones de barriles diarios a menos de 800.000, consolidó un régimen mafioso donde poderosos militares y civiles son los capos de la cocaína, el oro ilegal y el lavado de activos, y llevó los índices de pobreza de 25 a 75 % (o quizás más).
Por eso, el chavismo perdió el apoyo popular, como quedó en evidencia en las presidenciales del 28 de julio. El candidato opositor, Edmundo González Urrutia –aupado por la carismática María Corina Machado–, le propinó a Maduro una paliza, según las actas electorales presentadas no solo por los antichavistas sino por el afamado Centro Carter, organización que hace pocos días llevó a la OEA las pruebas documentales que certifican que González obtuvo 67 % de los votos contra 31 % de Maduro.
Tres meses después de los comicios, solo los regímenes antidemocráticos de Rusia, China, Cuba e Irán han reconocido la victoria del sátrapa heredero de Hugo Chávez. Ni siquiera sus cercanos colegas Gustavo Petro y el brasilero Lula da Silva se han atrevido: así de escandalosamente obvio resultó el fraude tras el cual la autoridad electoral venezolana, de bolsillo del régimen, proclamó ganador a Maduro.
Cientos de miles de venezolanos se echaron a las calles a exigir el respeto de la voluntad popular. Miles han sido detenidos y están siendo procesados como criminales, entre ellos un centenar de menores de edad salvajemente torturados según testimonios recogidos por la oposición y por organismos de derechos humanos. La represión que encabeza el ministro Diosdado Cabello –a quien la justicia de Estados Unidos procesa por narcotráfico– ha sido brutal: González se exilió en España y Machado sigue en su país, pero en la clandestinidad.
Tres meses después de los comicios, solo los regímenes antidemocráticos de Rusia, China, Cuba e Irán han reconocido la victoria del sátrapa heredero de Hugo Chávez. Ni siquiera sus cercanos colegas Gustavo Petro y el brasilero Lula da Silva se han atrevido
Lo que ocurre en Venezuela es una vergüenza para la comunidad internacional. El presidente estadounidense, Joe Biden, le hizo excesivas concesiones a Maduro –incluida la liberación del colombiano Álex Saab, confeso lavador y testaferro del régimen, nombrado ahora ministro–, aunque es justo decir que, gracias a eso, Biden consiguió que hubiese elecciones.
Sin embargo, Washington ha sido incapaz de presionar a Caracas para hacer valer el resultado. Habrá que ver quién gana en el apretadísimo duelo entre Kamala Harris y Donald Trump, pero no hay lugar a ilusiones: según filtró una excolaboradora de Trump, el republicano –que uno podría creer que sería más duro con Caracas– confesó en privado que ira a Maduro por ser “un líder fuerte”.
Ensimismada en su pérdida de influencia, la Unión Europea apenas consigue frenar a Vladimir Putin en Ucrania. La ONU, que cada día evidencia más sus limitadas capacidades, solo tiene ojos para la crisis del Medio Oriente, y la OEA no logra un mínimo consenso para actuar.
Entre tanto, Lula y Petro han dejado de pesar y están sumidos en la intrascendencia. Lula aspiraba a alzarse como gran mediador, pero nada ha logrado. Furioso con Maduro, en la reciente cumbre de los Brics (Brasil, Rusia, India y China), bloqueó el ingreso de Venezuela como asociado a ese club.
¿Y Petro? Mientras el canciller Luis Gilberto Murillo hace el ridículo con sus timoratas declaraciones, su jefe guarda un silencio cada vez más cómplice con la dictadura chavista. Y eso que el Presidente sabe que si Maduro sigue en el poder cuando lleguen las presidenciales de acá en 2026, el trágico ejemplo del país vecino va a pesar mucho entre los votantes que, en consecuencia, huirán de la izquierda, ante el riesgo de ver a Colombia convertida en otra Venezuela. Con Petro nos salvamos por su propia incompetencia, pero sería insensato darle a ese sector una segunda oportunidad de lanzarnos por el abismo.
MAURICIO VARGAS
IG: @mvargaslinares