Ni 'blancas' ni turismo sexual

Pobreza, marginalidad, vulnerabilidad. En esas tres palabras se puede resumir parte de la trata de personas.

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Los delitos invisibles abren abismales brechas entre la sociedad, la justicia y las víctimas. Se termina creyendo que a las mujeres, las niñas o los niños solo los llevan a hacer trabajos forzosos, o a un oscuro prostíbulo en las novelas de televisión o las series de plataformas digitales.

Se naturalizó el "les gusta" o el "les toca, pero no el "las obligan" o "las usan".

Cuánto le falta por aprender a la sociedad sobre este crimen, como el mismo término que sigue usando para mencionarlo: trata de blancas.

Da grima escucharlo. La trata de blancas fue una expresión acuñada en la primera mitad del siglo XIX para hablar de la explotación sexual de miles de mujeres de Europa, que eran traficadas a Asia. Como respuesta, en 1910 se firmó la Convención Internacional para la Represión de la Trata de Blancas y así se bautizó a cualquier tráfico de personas, sin importar su color, etnia o procedencia.

Afortunadamente, en el marco de la Convención de Palermo, en diciembre del año 2000, un total de 148 países acordaron "sancionar y reprimir" la delincuencia organizada transnacional y esto incluyó el término "trata de personas", como la mejor definición incluyente, no racista y con amplio poder para los sistemas de justicia de cada nación.

El lenguaje. Qué importante empezar los cambios, transformando las palabras. Desde este espacio se ha repetido incansablemente que no existe la prostitución infantil. Los niños y las niñas son explotados sexualmente. No existe el turismo sexual. Las autoridades han denominado con este término la explotación sexual comercial de las personas, especialmente de las niñas y las mujeres. Hablar de turismo sexual es legitimar la comercialización ilícita del cuerpo y la vida.

Y no es moralismo. Se remite nada más y nada menos que al tercer crimen global que más dinero les deja a las redes mafiosas, después del negocio de drogas y de armas.

Varias de esas redes están aquí, en Colombia. En Cartagena, en Medellín y en Cúcuta.

Albaneses y mexicanos disfrazados de inversionistas. Algunos ciudadanos italianos e israelíes que supuestamente llegaron a hacer prósperas inversiones. Y unos más estadounidenses, que vienen a aportar como 'consumidores'. Clientes de los que ya van 45 capturados y deportados por la Policía Nacional, en lo corrido del 2024.

Es por eso que llega como una oportunidad de tomar acción la convocatoria del alcalde de Cartagena, Dumek Turbay, al gran encuentro 'De frente contra la trata de personas'. Una cumbre de funcionarios, expertos, autoridades, activistas, organizaciones sociales y cooperantes de la región que se desarrolló esta semana en la ciudad amurallada, para hablar del tema y buscar alternativas.

Valga decir que los alcaldes de las ciudades colombianas que están siendo afectadas por este crimen fueron convocados especialmente, pero no asistieron. Ese debe ser el otro llamado: foros y reuniones individuales no empoderan a las istraciones sino a los hampones, porque ellos saben perfectamente en qué terminan los esfuerzos pequeños y solitarios.

Esa tal vez haya sido una de las grandes conclusiones de la cumbre. Si no se articulan los esfuerzos para prevenir, educar y hacer pedagogía, en 10 años se estará en el mismo punto.

Escuchar a fiscales, funcionarios del BID y de la ONU y a expertos en seguridad de Guatemala o Argentina, recalcando que este se está constituyendo como el crimen más rentable de la próxima década, nos debe llamar a la acción urgente.

Interpol y la Policía Nacional también son claros: la era digital, el ciberespacio, los nuevos dispositivos de comunicación son armas de doble filo que tienen secuestradas a las víctimas de hoy y a los y las potenciales afectadas del futuro. Por eso se debe legislar para políticas públicas de prevención, recordando que ya llevamos 24 años del siglo XXI y que mientras subimos por la escalera, los criminales van en el ascensor.