Las mujeres colombianas nunca habíamos recibido un agravio tan grande de boca de un presidente de la república.
Cómo viene Gustavo Petro a decirnos a las mujeres colombianas que somos esclavas, a quiénes se refiere, cuál ha sido su experiencia de hombre en relación con las mujeres para llegar a una conclusión tan lejana a la realidad.
Como autora de la ley de cuotas que contribuyó al proceso de convertir en política pública la participación real y equitativa de las mujeres en los cargos de dirección del Estado he visto el crecimiento constante y afortunado del protagonismo de la mujer en todos los campos de la vida social. La mujer en la escuela, la mujer en la universidad, la mujer en la empresa, la mujer en las artes, la mujer en la ciencia, la mujer en el deporte, la mujer en la política, la mujer en la justicia. No hay un solo espacio de nuestra sociedad en el que la mujer no realice su mejor aporte y su mejor presencia.
Por eso resultan tan insultantes las palabras de Gustavo Petro, que no son otra cosa que la declaración de parte del peor machismo y de la peor misoginia que se haya parado en la presidencia de la República. Decirles a las periodistas “muñecas de la mafia” es denigrar de todas las mujeres, mucho más allá del atropello que significa a la libertad de expresión y al derecho a la crítica que tenemos garantizados en la Constitución.
Ojalá este desengaño sirva para entender que las reivindicaciones profundas de la sociedad, entre ellas la reivindicación de la mujer, no puede reducirse a la manipulación de estadísticas, fotografías y consignas ideológicas.
Gustavo Petro vive forzando apariencias que al final se derrumban con la realidad de los hechos. Ya quedó claro que las peroratas de inclusión y los reclamos de igualdad para las mujeres solo han sido tácticas hipócritas. Las listas cremallera que presentó el Pacto Histórico en las pasadas elecciones no pasaron de ser un ardid electoral.
Es que el último insulto de Petro contra las mujeres no fue una zafada ocasional, sino que corresponde a una conducta constante de su istración como lo vimos con las denuncias por maltratos a las mujeres en la Cancillería y las denuncias contra Holman Morris, a quien Petro terminó premiando nombrándolo en RTVC adonde al parecer ha seguido maltratando mujeres.
Ni qué decir del desprecio con que ha tratado a las ministras, como ocurrió con Cecilia López. Y ni qué hablar del caso más oprobioso de complicidad con un funcionario degradado y maltratador de mujeres como Armando Benedetti, quien agredió a su propia esposa y a su suegra delante de sus hijos, tal como lo han revelado medios de comunicación.
En ningún gobierno medianamente decente Benedetti seguiría siendo embajador. Gustavo Petro nunca podrá explicar las razones inconfesables de la impunidad que le está garantizando a Armando Benedetti.
¿Dónde están las mujeres del Pacto Histórico? ¿En qué consistía su representación de las mujeres en la lista cremallera? Porque vehemencia no les ha faltado para defender a las primeras líneas ni a los toros de lidia ni a Nicolás Maduro. El silencio de las mujeres del Pacto Histórico también es un silencio cómplice. ¿O es que no se han dado cuenta de que Gustavo Petro agrede a las mujeres de Colombia tanto como Nicolás Maduro agrede y denigra a María Corina y a las mujeres de Venezuela?
El país, sobre todo los jóvenes y las mujeres, están parados frente a otro engaño de Petro. Ojalá este desengaño sirva para entender que las reivindicaciones profundas de la sociedad, entre ellas la reivindicación de la mujer, no puede reducirse a la manipulación de estadísticas, fotografías y consignas ideológicas.
Vale la pena recordar el versículo que dice “De la abundancia del corazón habla la boca”. Yo sé el sacrificio que esto significa, pero les pido que volvamos a ver el discurso de Gustavo Petro en la posesión de la señora defensora del Pueblo, porque allí está el más genuino retrato de su corazón.