Muchos le temen a septiembre porque es el mes en que la muerte ha hecho su agosto. Fue el 1.º de ese mes de 1939 cuando detonó la Segunda Guerra Mundial, que por fin terminó el 2 de septiembre de 1945, pero después de entre 80 y 100 millones de vidas perdidas, entre civiles y militares. Y un 11 de septiembre sucedió el demencial ataque a las Torres Gemelas de Nueva York y al Pentágono por parte de terroristas islámicos de Al Qaeda, en 2001. Murieron casi 3.000 personas inocentes, que empezaban el día.
Esta vez el terrorismo dejó para el mes de los niños, o de las brujitas, pequeñas y grandecitas, su arremetida feroz, que se lamenta este 7 de octubre, porque los ataques de muerte no se conmemoran. Se cumple un año este lunes del fatídico día en el que los terroristas de las milicias islámicas de Hamás, en una operación suicida, diría yo, entraron a sangre y fuego en territorio de Israel, mataron a 1.200 personas y secuestraron a 253. Continúan en poder de Hamás en la Franja de Gaza 116 de ellas. Dios las proteja.
Lo que siguió, en Oriente Medio, y no soy quién para que medio oriente, ha sido otra fiesta de la huesuda, que ya está escalando cumbres de hecatombe. La que estamos viendo es una guerra brutal y tenebrosa que ha hecho olvidar la del invasor y criminal Putin a Ucrania. Esta es la guerra con toda su desgracia, muerte, dolor y drama. ¡Guerra! Porque, como no valoramos las palabras, oye uno decir, cuando una pareja se entiende menos que Putin y Zelenski, que están en guerra. Esas son escaramuzas a veces por una escaramoza. O que hay guerra en el petrismo, a espadazos de Bolívar, separados por una franja de ambiciones y poder. Eso no es guerra.
Estamos en la sinsalida. Las únicas luces que se ven son las de los misiles. ¿Qué nos queda?
Y qué decir cuando unos torpes y más delincuentes que hinchas de fútbol entran a estadios como el Atanasio Girardot, en un partido entre Nacional y Junior, tu papá, con puñaletas y machetes, y por un gol se declaran la guerra de barras y se tiran a romperse las gemelas. Son absurdas disputas, que no se pueden tolerar ni por el patas. Y que tienen que ser sancionadas y abolidas de los estadios, porque van a acabar con el fútbol. ¿O se van a dejar ganar alcaldías, autoridades y Dimayor de unos pocos desadaptados?
La guerra de verdad, de consecuencias insospechadas, está en Oriente Medio, ¿o próximo, mejor? Y nos afectará a todos. Ya sabemos lo que ha pasado en la Franja de Gaza después de aquel nefasto 7 de octubre y luego de la reacción de Israel. Que se tiene que defender, pero en los bombardeos han muerto, según el Ministerio de Salud gazatí, 41.800 personas y, según Hamás, 96.844 personas han resultado heridas.
Pero como esto, desde hace años, ha sido ojo por ojo, misil por misil, el grupo paramilitar musulmán chií libanés disparó misiles a Israel, que es como pegarle una pedrada al avispero. Pues este, poderoso, con armas letales y por cuales, con inteligencia minuciosa, atacó. Ya mató al líder de Hezbolá, Hasán Nasralá, y va por su sucesor. Dijo, además, que eliminó al jefe de comunicaciones del grupo, Rashid Shakafi. Y avanza por tierra y aire. Como vimos el jueves, bombardea, sin clemencia, a Beirut, en Líbano, de unos tres millones y medio de habitantes, derriba edificios en segundos y deja cráteres donde caben miles de toneladas de dolor.
La muerte se frota los huesos, pues el máximo jefe iraní, Alí Jamenei, dijo ayer que retroceder, nunca, rendirse Hamás. Que Irán no retrocederá ante Israel. Que sus países aliados lo respaldan. Y ahí estamos en la sinsalida. Las únicas luces que se ven son las de los misiles. ¿Qué nos queda? Pedir a Dios que calme las aguas, porque Estados Unidos, que apoya a Israel, se ve sin saber bien qué hacer, en medio de la campaña política. Y la diplomacia mundial y la ONU parecen la Dimayor ante las barras bravas.