¿Qué entiende cada uno de ustedes por democracia? Una parte del problema puede estar en que tengamos todos respuestas distintas sobre los elementos esenciales de esta forma de gobierno, como sugieren algunas de las encuestas que preguntan por ellos. Algunos asocian los buenos resultados en el ámbito social con el carácter democrático de los gobiernos. Lastimosamente esto no es necesariamente cierto. Hay regímenes autoritarios que han conseguido transformar los sistemas de educación. Esto ocurrió en Singapur, por ejemplo. Mientras el Gobierno limitaba las libertades individuales de algunos grupos de la población.
Elegir a quienes representan nuestros intereses para que nos gobiernen, castigar a los malos mandatarios a través del voto, tener un sistema de controles que evite la llegada de una dictadura, y un sistema de gobierno bajo el que se protejan nuestra libertad de acción, pensamiento, y opinión, son elementos sobre los que se negocia con excesiva facilidad en estos tiempos para alcanzar objetivos inmediatos. Contener la delincuencia, erradicar la corrupción, gobernar “para el pueblo” son todos objetivos urgentes. Pero ninguno justifica el sacrificio de las aspiraciones democráticas y los derechos políticos. Nada justifica, por ejemplo, el encarcelamiento masivo de sujetos sospechosos de ser criminales por orden del Poder Ejecutivo, sin que se surta el debido proceso ante la justicia.
Me contaban en estos días de un experimento realizado en Perú hace un tiempo, donde a través de los medios se invitó a la ciudadanía a firmar una suerte de contrato en que las personas daban su consentimiento para que ellos o sus hijos fueran aprehendidos y encarcelados ante sospecha de actividad criminal, sin proceso judicial, en aras del bien común. ¿Quiénes de ustedes firmarían algo así? Por ejemplo, ¿quién daría de antemano su consentimiento para que su hijo sea automáticamente encarcelado si se lo identifica como un potencial sospechoso por tener el cuerpo tatuado? Siempre pensamos que los abusos de poder bajo un régimen no democrático les aplican solo a otros. Pero cuando una línea se cruza, es difícil devolverse.
Claro, parte del problema es que tenemos democracias frágiles. No todo el mundo ve el voto como un derecho ciudadano. A veces, las mayorías que eligen a los gobernantes no son mayorías reales porque solo vota una fracción de la gente. Y a veces, los votos se transan a cambio de algún beneficio inmediato, porque su utilidad como mecanismo para tramitar los cambios deseados se ha desdibujado. Pero incluso las democracias frágiles son un mejor punto de partida que la ausencia de democracia.
La perspectiva de un gobierno en el que los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial sean controlados por un mismo partido es aterradora. Porque las dictaduras buenas no existen. La proporción tan alta que ve el gobierno autoritario como una solución a los problemas más apremiantes es una fuente de preocupación inmensa. Quiero pensar que hay un problema de definiciones cuando afirmamos que vale la pena sacrificar la democracia para conseguir otros fines. Kundera en ‘La insoportable levedad del ser’ tiene un inolvidable “pequeño diccionario de palabras incomprendidas” que habla de cómo la misma palabra tiene distintos significados para distintas personas. Es posible que algo así esté detrás de ese desprecio por el único sistema de gobierno que reconoce a la ciudadanía la libertad de elegir y tiene, por diseño, un mecanismo de contrapesos para que nadie pueda cometer abusos de poder.
MARCELA MELÉNDEZ ARJONA