Recuerdo con gracia aquellas viejas películas de comedia, protagonizadas por el eternamente canoso Leslie Nielsen, en las que un policía despistado, pero con mucha suerte, lograba detener el asesinato de la reina de Inglaterra o conjuraba un atentado contra la ceremonia de entrega de los premios Óscar. No estoy hablando de obras maestras del cine, pero sí de disparatadas historias en las que el humor físico y la parodia del cine clásico lograban una mezcla perfecta y entretenida.
Lo que nunca entenderé es por qué el título en castellano era ¿Y dónde está el policía?, cuando el nombre original de dichos filmes era Naked Gun, algo así como ‘arma desnuda’. Pero, bueno, me estoy desenfocando del tema.
¿Y dónde está el policía? pareciera el título de esta película de horror que estamos viviendo los colombianos, superando las comedias de Leslie Nielsen, pues no solo tiene primera, segunda y tercera parte, sino que logran un cierto aire a aquellos viejos rotativos del cine en donde una película de horror empataba con otra película de horror y luego otra película de horror, haciendo un sinfín del espanto que no terminaba sino hasta que cerraban el cine.
Lo triste de nuestro ‘¿Y dónde está el policía?’ es que no es comedia, sino drama. El drama de los habitantes de las principales ciudades del país que se sienten abandonados por la autoridad, que debería ser garante de la seguridad. El drama de los que se suben al transporte público con temor de encontrarse en la siguiente estación con un grupo de ladrones que, cuchillo en mano, desvalijan a los pasajeros de celulares y otros objetos de valor. El drama de quienes temen que una bicicleta o una moto les pase por el costado, pues esos se convirtieron en los vehículos favoritos de los raponeros, pero también de aquellos que atracan apuntando con un revolver.
Lo que estamos viendo está lejos de ser una comedia de Hollywood y más bien tiene pura pinta de tragedia a la colombiana.
En las historias de Leslie Nielsen, el teniente Frank Drebin era un tipo despistado pero afortunado. Por eso lograba dar con los delincuentes y ponerlos tras las rejas. En las historias de la Policía Nacional de Colombia, nuestros oficiales parecen despistados y sin suerte. Pues de qué manera se puede explicar que justo frente a la casa de la jefa de Policía de Bogotá, la alcaldesa Claudia López, opere la más descarada red de microtráfico a espaldas de un CAI y nunca se vea a los agentes del orden haciendo lo que les corresponde. ¿Será despiste? ¿O será que en ese espacio se está haciendo un plan piloto de venta legal de estupefacientes con el visto bueno de la Policía?
¿Y dónde está el policía? Es la pregunta que nos puede estar llevando a reciclar una de las peores circunstancias de la historia reciente de nuestro país con la conformación de los llamados grupos solidarios de ganaderos en distintas zonas de Colombia.
Es inevitable no sentir escalofríos cuando se oye a esos ‘campesinos’ dueños de camionetas de más de cien millones de pesos decir que si el Estado no los protege, ellos mismos se van a defender. Es doloroso cuando ya sabemos hace treinta años en qué terminó el experimento de los “campesinos” que organizaron sus grupos de autodefensa.
Lo que estamos viendo está lejos de ser una comedia de Hollywood y más bien tiene pura pinta de tragedia a la colombiana. Por eso urge que el ministro de Defensa, los comandantes de las Fuerzas Militares y el director de la Policía se hagan sentir. En los campos y en las ciudades necesitamos sentirnos seguros y tranquilos.
Por eso hay que hacer la pregunta sin parar: ¿y dónde está el policía?
#PreguntaSuelta: ¿con el episodio del exministro de salud Fernando Ruiz y la Organización Panamericana de la Salud, ya nos quedó claro que este gobierno es lo mismo que el anterior, solo que en otra orilla? ¿Cambio era solo un eslogan de campaña?
JUAN PABLO CALVÁS