Con este sugestivo título el jurista, politólogo y conocido profesor universitario Maurice Duverger publicó uno de sus numerosos libros para probar que en las democracias occidentales, de las que hace parte Colombia con limitaciones evidentes, el poder termina siendo ejercido por un solo hombre, verdadero rey o monarca, que se siente investido de la legitimidad suprema.
El libro cita los casos de Francia cuando tenía régimen parlamentario o semipresidencial como ahora y se refiere expresamente a los gobiernos de Mitterrand, Pompidou y de manera particular al del general De Gaulle, que califica como “la nueva forma de monarquía sa”, todos los cuales tuvieron parecidas autoridad, prerrogativas y medios de acción.
A pesar de las diferencias de tiempo, modo y lugar, y sobre todo de las enormes distancias que hay entre los estadistas antes citados y nuestros jefes de gobierno, no es exagerado decir que con el presidente Petro podemos estar viviendo una forma particular de monarquía republicana, sometida a severos controles que garantizan nuestro respeto por la separación de poderes.
En primer lugar está el control político que ejerce el Congreso mediante la realización de los debates a que hubiere lugar y las decisiones que toman las Cámaras cuando deciden aprobar, negar o reformar con modificaciones las iniciativas legislativas que lleve el Gobierno a su consideración. Conseguir el apoyo de las mayorías parlamentarias es fácil porque se logra mediante la colaboración de los partidos en los ministerios, embajadas y otros cargos directivos del Gobierno, inclusive mediante la llamada mermelada convertida en jalea real.
La intención de continuar el proyecto político en curso importa tanto que la candidata oficial para suceder al Dr. Petro en la jefatura del Estado es la primera dama.
El Gobierno llegó a tener el apoyo del 80 % del Parlamento, pero por los graves errores que cometió, el Congreso hundió la reforma política, pieza maestra de sus propuestas de cambio, y tiene en la sala de cuidados intensivos las reformas laboral, de salud y agraria.
Tanto o más importante que el control del Congreso es el que corresponde al Poder Judicial y que ha venido ejerciendo con autonomía e independencia ejemplares gracias a las investigaciones y procesos adelantados por la Fiscalía General y la Corte Suprema, las decisiones del Consejo de Estado sobre pérdida de investidura a de los partidos oficialistas y las de la Procuraduría, que aplica sanciones disciplinarias, así como algunos pronunciamientos de la Corte Constitucional.
Como candidato y presidente electo, el Dr. Petro anunció que con el primero o uno de sus primeros proyectos de acto legislativo se convocaría una asamblea constituyente cuyo temario nunca se determinó. Por declaraciones suyas y de sus amigos más cercanos, analistas de estos temas concluyeron que lo que se pretendía era autorizar la reelección presidencial o por lo menos la prórroga del período. Aunque esta pretensión fracasó y ya no hay tiempo para revivirla, el primer mandatario no ha abandonado su vocación política y su deseo de continuar en el poder.
Como es mesiánico y considera que ya cumplió en el país la tarea que le confiaron hados superiores, ahora busca liderazgo continental y universal. Su plan de desarrollo se llama ‘Colombia, potencia mundial de la vida’. Y su gabinete y los cargos directivos de su gobierno son monocolores, o sea del mismo partido político, y en esos empleos cuenta más la adhesión personal al jefe del Gobierno que la competencia técnica de sus titulares.
La intención de continuar el proyecto político en curso importa tanto que la candidata oficial para suceder al Dr. Petro en la jefatura del Estado es la primera dama de la Nación, doña Verónica Alcocer, quien ejerce tan importantes funciones dentro del Gobierno que la preparan para tan alta responsabilidad conforme a la conocida frase del general Torrijos: “En el poder se aprende. Yo en ocho años he vivido doscientos”.
JAIME CASTRO