Cuando agoniza el año es el momento en que más pensamos en el futuro. De mi parte, en este mes he sido convidado a varios seminarios, encuentros o exposiciones en distintas ciudades y todos con un tema: imaginar el futuro. Me surge una pregunta que parecería obvia, pero no lo es: ¿existe el futuro? En términos estrictamente lógicos, no existe el futuro, es una posibilidad. Tampoco existe el presente, a no ser, como diría el fundador de la semiótica, el presente es un flash, el soplo para que exista el mundo. Lo que existe es el pasado, reconocido previamente por nuestro cuerpo y mente.
El futuro como mera posibilidad nos conecta con el destino o con algo que puede ser. Quizá una predicación, un juego mental de cada individuo o las comunidades que seleccionan anhelos comunes: ¿qué me trae el nuevo año? ¿El futuro será el mismo deseo? Se pueden producir conjeturas como: “Mañana que no llueva”, o algo más emocionante: “Deseo esta noche conocer a la mujer de mis sueños”. Acá se han unido el deseo con el sueño, muy familiares. En la realidad los sueños nocturnos no son visiones del futuro, sino deseos transformados y representados en intrincados enigmas. ¿Cambian con el tiempo las imágenes del futuro? Sin duda, y cada vez más velozmente. Pocos años atrás el futuro era visto como un pequeño y extraño ser con orejas grandes y de color verde; era un extraterrestre, como se tituló un célebre filme, ET. Luego, muy recientemente, era lo digital, esa herramienta, se pensaba, que nos quitó el mundo presencial y nos volvió seres ausentes.
Hoy, cuando hablamos del futuro grande de la humanidad, nos referimos es a algo más realista: el clima, el efecto invernadero. O sea, el mundo como lo representamos en el futuro cambia. En la historia de los tiempos existen figuras que nacieron en el futuro y ahí se quedan, por ejemplo, Dios. Mientras el humano es pasado, Dios es futuro. ¿Existe Dios? ¡Pregúntenle al futuro!, diría un lógico.
En todo caso, como categoría dominante de pensamiento los deseos de futuro han regresado en esta década. Ya no como ciencia ficción ni como mensajes divinos, ni siquiera como tecnología, sino como planes de sobrevivencia. Se ha creado un imaginario muy poderoso que se hospeda en lo que una década anterior era lo global, globalización que nunca sucedió como nos prometieron y significa que erramos el futuro. El imaginario que nos atraviesa hoy es este: ¿sobrevivirá el planeta? Y esta vez no podemos fallar imaginando el futuro.