Al menos son tres los filmes wéstern titulados Manos arriba (1934-1960) y se entiende la fascinación por este enunciado, pues se trata de un mundo salvaje que somete a la fuerza a sus oponentes considerados malquerientes que impiden tener el mundo a sus anchas. Manos arriba conlleva, como lo retrató una réplica mexicana (AzCinema), a la acción de “calzones abajo”, ya que el derrotado debe despojarse de sus revólver y, además, vivir la humillación de bajarse los bombachos.
Ese simbolismo wéstern opera en varias acciones que se vienen cometiendo contra la prensa en Colombia, donde Gobierno y algunos seguidores ven a los medios libres como enemigos, llegando a exigirles alzar las manos y dejar todo tirado en el suelo, no el revólver, del cual carecen los periodistas, pero sí sus hojas en blanco, cámaras y celulares.
“Me atacan, me atacan y me atacan”, repite frenético el presidente en visita a Berlín, refiriéndose a medios que informan de posibles andanzas para la financiación ilegal de su campaña presidencial. En el ataque a la revista Semana por la comunidad mizak estuve allí y pude presenciar sus movimientos como un plan de combate y comprobar su defensa irrestricta del Gobierno, tachando de ‘paras’ a quienes lo confrontan y acusando a los medios de no “decir la verdad”, la cual, al parecer, es un bien preciado del que son poseedores y solo ellos deciden a quién compartir.
En entrevista al otro día lo confiesan: “Hemos decidido enfrentarnos a todas las injusticias vengan de donde vengan, los diarios nacionales incendian al país, deslegitiman nuestras luchas y manipulan las conciencias colectivas”. La palabra ‘incendiar’ suena familiar, pues la ministra del Trabajo lo había subrayado “para que los periodistas no sean incendiarios”.
La prensa libre es el principal tesoro que tenemos las naciones que conservan las estructuras democráticas. Si en Colombia la perdemos, pasos se dan con más frecuencia, entonces ahí sí, como dirían los mexicanos, moriremos indignos con los calzones abajo y el vaquero mayor, nuestro Presidente agitador, habrá logrado su fin de imponernos su única verdad. Las facultades que buscan la verdad, la de Ciencia y la de Filosofía, ya para entonces habrán cerrado sus puertas y los periodistas sobrevivientes se habrán convertido en tristes publicistas de un programa de gobierno.
ARMANDO SILVA