Según el último ‘Índice de paz global’, que publica anualmente el Instituto de Economía y Paz: “El estado de la paz global se hundió en 2021 en el nivel más bajo desde que se realiza el estudio, hace 16 años, y que incluye el análisis de la situación de 163 países en los que reside el 97,7 % de la población mundial”.
Como motivos de fondo, según los expertos autores del informe, los cambios en el tablero político global, con la irrupción de China como próxima primera potencia mundial aliada con Rusia, la creciente inseguridad alimentaria, la carrera armamentista y la cifra récord de personas desplazadas. Como causas inmediatas, las consecuencias económicas y políticas de la pasada pandemia y, sobre todo, la invasión rusa de Ucrania, sin un término a la vista. En todas estas cuestiones se percibe la falta de eficacia de las instituciones internacionales, particularmente de la ONU. El planeta se hunde en una espiral conflictiva, como mostraron las cumbres precipitadas por la guerra de Ucrania en solo una semana del pasado mes de junio: Cumbre G7, Otán, UE, BRICS reflejaron, según diversos analistas, que el mundo se adentra en una fase de convulsión inédita en las últimas décadas.
En la constancia de que los enfrentamientos armados persistirán a todas las escalas, el mundo se ha lanzado a una especie de fervor bélico, con el aumento de la inversión global en armamento, del que es muestra que en 2021 se dedicaran a proyectos de construcción y mantenimiento de la paz tan solo un 0,5 % del gasto militar mundial, mientras que el impacto económico de la violencia supuso el pasado año 16.500 millones de dólares, el 10,5 % del PIB global, lo que supone 2.046 por persona.
Desplazados y hambre están dejando una huella indeleble en el panorama geopolítico, según el ‘Índice de paz global’, que venimos citando. El número de personas desplazadas por la violencia se multiplicó entre 2005 y 2022, pasando de 31 a 100 millones en todo el mundo. Al mismo tiempo, 49 millones de personas se enfrentan a una hambruna en el mundo, un 25 % más que hace seis meses, en parte a consecuencia de la Guerra en Ucrania.
Como concluye el gran economista y analista Joaquín Estefanía, que añade a los factores descritos “el crecimiento de las desigualdades en el seno de un capitalismo caníbal que desvertebra a las sociedades” y la muerte anual de millones personas por falta de al agua potable, a la alimentación básica o a fármacos y vacunas contra las epidemias: “De la solución de estos problemas depende la supervivencia de la humanidad”.
P. S. Niños. Hace ya más de un año dediqué esta columna (
‘El último genocidio del primer mundo’, 23/7/2021) a exponer el drama de los niños indígenas canadienses, sometidos a internados católicos para, según los objetivos oficiales desde 1883, “civilizar a la población indígena erradicando su cultura”. Esto duró hasta bien entrado el siglo XX. En los últimos años se descubrieron en territorios anejos a estos internados decenas de enterramientos de niños sin nombre que ya se estiman en más de 6.000, cuando aún se trabaja en esta tarea. Durante estos días, el papa Francisco visitó Canadá con la muy loable intención de pedir perdón “por la deplorable conducta de la Iglesia católica en los abusos infligidos a los niños indígenas”.
En una dimensión geográfica cercana, aunque al parecer sin intervención eclesiástica, se ha conocido en Estados Unidos el horror del sometimiento de niños nativos arrancados de sus familias hasta 1969 y sometidos a 403 escuelas federales en 37 estados, de los que parecen haber muerto por enfermedades y malos tratos hasta decenas miles, descubiertos en unos 40 lugares enterramiento, según el primer informe oficial del Departamento del Interior. Su responsable, Deb Haaland, ha señalado en la presentación del documento: “Las políticas federales de internados indígenas, incluyendo el trauma intergeneracional por la separación de la familia y la erradicación cultural infligida a generaciones de niños indígenas, son desgarradoras e innegables”.
ANTONIO ALBIÑANA