Acabo de regresar de un curso de dos meses en Roma y me empapé hasta los tuétanos de la euforia egipcio-europea que representan los 100 años del descubrimiento de Tutankamon y del bicentenario del desciframiento de la Piedra de Roseta. Exposiciones, foros, conversatorios, programas de radio y televisión, artículos de prensa y, por supuesto, el mundo de la computación y las redes socio-culturales celebran los acontecimientos.
En otras palabras, 2022 es un año de gran importancia para Egipto y para la cultura universal gracias a los dos aniversarios. Las historias son sobradamente conocidas. En 1922 Howard Carter descubrió la tumba del joven faraón y en 1822 Champolion descifró el texto de la Piedra de Roseta encontrada en 1799 durante la campaña de Napoleón en Egipto. Por ello, tres países reclaman la posesión de la Piedra que se encuentra hoy en el Museo Británico desde 1802. Egipto por ser el indiscutible dueño, Francia por haberla descubierto y descifrado dos ses e Inglaterra porque pasó a ser propiedad suya por el Tratado de Alejandría en 1801 y por la derrota de Napoleón.
Pues bien, con motivo de las dos conmemoraciones flota en Europa un ambiente favorable a la devolución de los tesoros a sus legítimos dueños.
Recuerdo muy bien la apasionada campaña de Melina Mercouri, dos veces ministra de la Cultura de Grecia, para lograr que Inglaterra devolviera a su legítimo dueño los frisos del Partenón que se exhiben en el Museo Británico y que Lord Elgin había llevado a Inglaterra en los albores del siglo XIX. Y lo recuerdo muy bien porque por esa época yo escribí artículos pidiendo a España que nos devolviera el Tesoro Quimbaya que reposa en el Museo América de Madrid. Y no se logró ni lo uno ni lo otro. El mundo de la cultura europea se sacudió ante la arremetida de Melina, por tratarse de una causa tan importante adelantada por una mujer igualmente importante, famosa y hermosa.
Con motivo de las dos conmemoraciones flota en Europa un ambiente favorable a la devolución de los tesoros a sus legítimos dueños.
Grande fue el alboroto que se armó entre los ministerios de cultura y entre las entidades y gobiernos de la época: Si es así, que Francia devuelva la Mona Lisa a Italia, que Estados Unidos devuelva el Gernika a España y que varios países devuelvan obras que no les son originarias.
El que podía llevar la peor parte era el Museo Pérgamo, que no está en Pérgamo sino en Berlín y que posee obras de muchos países de la antigüedad, del Medio Oriente, de África, de Grecia y de Egipto y los bronces de Nigeria. Otro museo, el Neues de Berlín, alberga el busto de Nefertiti y el altar de Zeus. Estados Unidos debía devolver tesoros de Machu Picchu a Perú y España el Tesoro Quimbaya a Colombia, para citar otros ejemplos.
El único que devolvió tesoros, y era el menos previsible que lo hiciera, fue Estados Unidos, que regresó al Perú miles de piezas de las 40.000 que Hiram Bingham, el descubridor de Machu Picchu, se había llevado y además devolvió Gernika a España. Nosotros esperamos que España haga lo mismo al devolvernos el Tesoro Quimbaya.
En Londres, mediante una sofisticada técnica que incluye computación, nanología y finísimos aparatos, se está elaborando una réplica exacta de la cabeza de un caballo de los frisos del Partenón. Y la idea es que se devuelvan los frisos a su legítimo dueño y que el British Museum quede con una copia exactamente igual a los originales. Pero en este caso, como en el del busto de Nefertiti, los respectivos museos saben que si devuelven las piezas originales pierden un atractivo enorme entre los visitantes.(Continuará).
ANDRÉS HURTADO GARCÍA