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El páramo de la Suma-paz

La CAR ha decidido meterle duro el diente, pensando en colaborar en la lucha contra el calentamiento global y en asegurar el agua de los bogotanos y de las poblaciones vecinas.

Andrés Hurtado García

Andrés Hurtado García Foto:

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VICERRECTOR DEL COLEGIO CHAMPAGNAT, BOGOTÁActualizado:

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En una reunión de los países más ricos del planeta se habló claramente de quiénes serán los poderosos del futuro, que ya está a las puertas. Esos, los nuevos ricos, serán los que posean agua “para dar y convidar”. Y por eso se oye, se sabe, se huele de maquinaciones de los poderosos de la Tierra para apoderarse de las fuentes de agua en las que son ricos los países llamados del tercer mundo, o en vías de desarrollo o ‘subdesenvolvidos’, como dicen los brasileños.
A todas estas, no hemos podido convencer ni al Gobierno ni a los ciudadanos (¿o será que se hacen los de la oreja mocha?) de que, por encima de todos los plebiscitos o ‘plebiscidios’, por encima de todas las truculencias que maquinan los honorabilísimos padres de la patria cuando de pronto asisten a las sesiones, lo primordial para nuestro futuro es cuidar los páramos, los bosques y el agüita que en ellos nace.
En buena hora la CAR Cundinamarca, asociada con la Secretaría de Ambiente de Bogotá y Parques Nacionales, ha decidido meterle duro el diente al páramo de Sumapaz, pensando primero en colaborar en la lucha contra el calentamiento global y, en segundo lugar, en asegurar el agua (el recurso hídrico, como dicen los ecólogos de salón y de los foros), el agua de los bogotanos y de las poblaciones vecinas.
Hablemos del páramo. Lo he caminado amorosa e intensamente muchas veces; se puede decir que lo amo. Y justo es recordar a los extranjeros y colombianos que lo han recorrido y estudiado; a ellos les debemos gratitud. Nicolás de Federmán los antecedió a todos. Viniendo de los Llanos y embarcándose en una épica aventura, subió hasta el páramo, lo atravesó y se apareció en la Sabana. Allí se encontró con Gonzalo Jiménez de Quesada y Sebastián de Belalcázar. Andaba, como todos, buscando El Dorado. Sus soldados llamaron al páramo el ‘País de la niebla’.
El primer naturalista que se aventuró en las frías soledades del páramo fue Alexander von Humboldt, en 1801. El sabio hizo anotaciones sobre la flora y los valles glaciares. José Cuatrecasas, eminente sabio, botánico y taxónomo español, fue un enamorado de Colombia y un devoto estudioso de los páramos. Le dedicó especial atención a nuestro Sumapaz. En sus estudios botánicos tuvo preferencia por los frailejones, las plantas típicas y sagradas de los páramos, hasta constituirse en el principal investigador de estas plantas, llamadas científicamente Espeletias (con ese), en honor del virrey Ezpeleta (con zeta).
Cuatrecasas, fallecido en Washington en 1996, descubrió y clasificó centenares de plantas en el trópico y especialmente en Colombia. Los últimos grandes investigadores del páramo de Sumapaz fueron Ernesto Guhl, quien dedicó muchos años de su vida a su estudio, y el inmenso Thomas van der Hammen, ambos ya fallecidos.
Guhl es recordado con mucho aprecio y iración por miles de exalumnos de la Universidad Nacional a los que llevó a conocer y estudiar su páramo preferido, el de Sumapaz.
El gigantesco proyecto beneficia al páramo de Sumapaz y a su vecino el de Cruz Verde, que extienden sus reales en tres departamentos, Cundinamarca, Meta y Huila, y en 24 municipios, 17 de Cundinamarca, 6 del Meta y uno del Huila. La extensión estimada es de 315.066 hectáreas, los habitantes son 2’800.000, y 12.500 habitantes dentro del área de los páramos. En mi próximo artículo hablaré de la belleza sin par de este páramo, el más grande del planeta.
Andrés Hurtado García

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