Habitar la tierra y poseerla, vivir de la tierra y cuidarla, regresar al polvo de la tierra que fue nuestro origen: es eso lo que evoca el rito cuaresmal de la ceniza como recuerdo, misión y destino. Así, por ser terrícolas nos impresionan los movimientos tectónicos, los terremotos y las erupciones con semejantes resultados de destrucción y de víctimas. Impresiona, y de qué modo, que una potencia armada pueda invadir una tierra ajena y para conquistarla quiera destruirla. Impresiona la posibilidad cierta de destrucción atómica del planeta o de la vida sobre la Tierra. Impresiona el culpable calentamiento global que termina en alteración incontrolada de los climas, deshielo de los polos, drama de un mundo enfermo.
Impresiona también que los sentidos espirituales propagados por movimientos religiosos usuales, al servicio inconsciente de la sociedad usual, conduzcan a profundos malentendidos y a tal perturbación de los significados que la pobreza deje de ser real y se convierta en espiritual, que el Reino de Dios no sea histórico sino esperanza para el otro mundo, que el seguimiento de Jesucristo, antes que praxis histórica, sea efímero sentimiento de círculo de oración, de grupo carismático o de movimiento pentecostal, que la reconciliación sea individual e intimista, antes que realidad social, que la tierra sea la tierra prometida –más bien el cielo– y no la tierra de nuestra experiencia y de nuestro afán. Por ese camino de los sentidos espirituales la deshistorización viene a ser un juego perverso que ciertos lenguajes religiosos inducen en la conciencia social. De ahí que la que hoy se denomina teología de la tierra sea aclaratoria del uso genuino de los lenguajes religiosos y de las realidades significadas.
Sin tierra no hay paz. Sin tierra no hay desarrollo agrícola como lo exigen las ventajas comparativas de la geografía colombiana.
Así, la tierra, en el sentido literal de tierra, fue para el arzobispo mártir de la violencia salvadoreña elemento sustantivo hacia la genuina reconciliación y paz social: “En este momento en que la tierra de El Salvador es objeto de conflictos, no olvidemos que la tierra está muy ligada a las bendiciones y a las promesas de Dios. El hecho es que Israel tiene su propia tierra: toda esta tierra te daré, les había dicho Dios a los patriarcas; y después del cautiverio, conducidos por Moisés y Josué, aquí está la tierra. Por eso se celebra una gran liturgia de acción de gracias. Hay un gran sentido teológico entre la reconciliación y la tierra. No tener tierra es consecuencia del pecado. Adán saliendo del paraíso, hombre sin tierra, es fruto del pecado. Israel liberado por Dios regresa a la tierra, come de las espigas de su tierra, frutos de su tierra, son bendecidos en el signo de la tierra. La tierra tiene mucho de Dios y por eso gime cuando los injustos la acaparan y no dejan tierra para los demás. Las reformas agrarias son una necesidad teológica: no puede estar la tierra de un país en unas pocas manos. Tiene que darse a todos y que todos participen de las bendiciones de Dios en esa tierra; que cada país tiene su tierra prometida en el territorio que la geografía le señala. Pero deberíamos ver siempre, y no olvidar nunca, esta realidad teológica de que la tierra es un signo de la justicia, de la reconciliación. No habrá verdadera reconciliación en nuestro pueblo con Dios mientras no haya un justo reparto, mientas los bienes de la tierra de El Salvador no lleguen a beneficiar y hacer felices a todos los salvadoreños”. Así habla monseñor Romero.
En nuestra tierra el 61 % de la tenencia productiva se concentra en el 0,4 % de la población. Los terribles combates de los grupos armados se explican por el dominio de tierras promisorias, en tanto que el fenómeno social del desplazamiento forzoso de tres millones de personas aumenta en forma descomunal, la tenencia violenta de tierras por unos pocos y los vértigos del vacío bajo los pies de casi todos. Sin tierra no hay paz. Sin tierra no hay desarrollo agrícola como lo exigen las ventajas comparativas de la geografía colombiana. Sin tierra no hay justicia, ni reconciliación ni paz. Sin reformas agrarias y extractivas continuará el drama de la tierra. Y el mismo papa Francisco pasará a la historia como el papa de las tres t: tierra, techo, trabajo. Porque la tierra, en el sentido de tierra, tiene mucho de Dios.
ALBERTO PARRA, S.J.