He irado siempre la capacidad artística para interconectar las lecturas en la liturgia de la palabra o primera parte de la celebración eucarística dominical. Esa capacidad artística brilló en las lecturas de un domingo reciente cuando, como siempre, el texto se hizo contexto e invitó al pretexto de vida y de acción.
Allí, Ciro, el nuevo emperador de Persia por decreto imperial, no solo permitió a los judíos deportados regresar a su tierra, sino acometer la reconstrucción del templo de Jerusalén con cargo al presupuesto del Imperio. Pablo de Tarso, judío y evangelizador de Grecia, cuna del pensar y de las ciencias, dirige su amonestación a la comunidad cristiana de Macedonia para urgir a griegos y macedonios a cumplir inderogables compromisos humanos y cristianos. Y la memoria de Lucas evangelista explicita la trampa armada por los enemigos de Jesús respecto de la licitud de los impuestos que reclama el emperador de Roma a las colonias conquistadas y económicamente sometidas.
El trasfondo o el propósito es uno y común: la relación del Estado (Persia, Grecia, Roma) con el camino cristiano de judíos o de griegos, de romanos y de europeos, de asiáticos y africanos, de seguidores de Jesús en todos los pueblos, culturas y lenguas. Es que, si antier fue el Estado el que determinó los asuntos éticos y religiosos, ayer fue la Iglesia la que determinó los asuntos civiles y fue el Papa el que se coronó con la tiara o triple corona del poder civil, eclesiástico y judicial en términos de rey, sumo sacerdote y legislador universal. Así, y a modo de insigne ejemplo, Colombia fue por Constitución nacional país católico; la fe católica fue, sin más, la fe de la Nación; y el Estado reconoció para toda finalidad la fuerza y el valor de las jurisdicciones eclesiales.
Hoy, la relación Iglesia-Estado se rige por el derecho concordatario y la consiguiente separación del poder civil respecto del denominado poder eclesiástico. Y ese contexto es el que ofrece sentido al texto lucano en boca de Jesús: “Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
Solo que, detrás del hecho concordatario y a expensas del concordato, el Estado legisla con fuerza de ley para todos los ciudadanos en materias que rigen la intimidad profunda de la conciencia humana y de la ética cristiana: derecho al aborto; aborto lícito hasta a las 24 semanas de gestación —cuando ya la criatura es viable—; reconocimiento limitado de la objeción de conciencia; identidad libre de masculinidad y de feminidad; matrimonio igualitario; no religión y no ética en los programas de educación; desborde de horarios laborales, supresión de horas extras, recortes de la seguridad social, indeterminación de tierras agrícolas y de derecho campesino, Estado “social” de derecho al servicio del capital privado, de los derechos privados, de los intereses privados, del desmonte del Estado según la ideología libertaria que galopa ya como un caballo brioso por las pampas argentinas hacia un Estado que ya no lo sea.
Y, sin embargo, resuena nítida, justa y bella la sentencia de la buena nueva en los labios del Señor: “Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Hoy esa máxima rotundamente ética se torna incómoda y fastidiosa en la Colombia de la catástrofe social que tiene urgencia de paz real, de paz total, de diálogo social, de acuerdo nacional. Quizás una sabia reforma de la justicia es lo menos a lo que se puede aspirar.
ALBERTO PARRA