A Petro ya no le interesa la reforma laboral y ya tampoco le interesa la consulta popular. Ahora ha subido la apuesta. Pretende anular la legitimidad del Congreso y de las altas cortes, y concentrar en él mismo toda la legitimidad y el poder del Estado. Quiere vender la especie de que solamente él encarna los intereses del pueblo. Es la pretensión de todo dictador y de toda dictadura. No le importa que la verdadera democracia sea el reparto del poder, ante todo por la limitación del Ejecutivo por el Legislativo y el Judicial. Ni que ganar las elecciones otorga el derecho a ejercer el poder, pero no a confiscarlo.
Al desconocer la decisión del Senado de rechazar la consulta popular gubernamental y convocarla ahora por decreto, Petro ha desconocido de hecho la legitimidad y las facultades del Congreso. Ahora va por el sistema judicial. Negándole también su legitimidad y sus atribuciones, Petro ha ignorado la decisión del Consejo de Estado, que consideró "definitiva" la votación del Senado. Apela finalmente a la Corte Constitucional. Pero si esta Corte ratifica –como es lo más seguro– la decisión del Senado y del Consejo de Estado, Petro desconocerá también su legitimidad y la de todo el sistema judicial. Así, entonces, el único poder legítimo sería él mismo.
Su gobierno ha fracasado, Petro está desesperado y sabe que está débil. Su llamado agónico a una huelga general, desatendido hasta por sus propias bases, que solo concitó a unas minorías marginales, es la prueba reina de que perdió la calle y que ya no moviliza a nadie. Chapotea en el lodazal de una gran cantidad de escándalos de corrupción que le llegan hasta el cuello, e involucran del primer anillo de su círculo político y familiar; ante cada imputación judicial a uno de ellos, Petro responde con un anuncio estrambótico cual cortina de humo (como demandar el presupuesto nacional que él mismo decretó y lleva 5 meses ejecutando). Además, las crisis de salud, de seguridad, de finanzas públicas, de vivienda, de oferta energética, etc., se agravan día tras día.
Petro se negó desde el comienzo a gobernar, pero lidera la iniciativa política, moldea su escenario y determina su dinámica.
Pero a pesar de todo lo anterior, Petro todavía aspira a ganar la batalla del relato. A estas alturas, ad portas de su último año de gobierno, cualquier presidente ya estaría divulgando la bondad de sus logros y sus éxitos, pregonando su legado. Petro no tiene nada que mostrar. Y busca ocultar ese vacío buscando responsables en todas partes: los ministros que él mismo escogió, las leyes, las mafias, la burocracia, las oligarquías, etc. Pero, sobre todo, según él, son el Congreso y el sistema judicial los responsables de su fracaso.
Y para esconder su fracaso sigue fiel a la estrategia política que ha aplicado durante todo su mandato, inspirada por Antonio Negri, fallecido filósofo neomarxista italiano: la única garantía de supervivencia y éxito de un proyecto político revolucionario en el mundo de hoy es mantener una permanente y creciente la tensión política; buscar la movilización y la politización creciente de la sociedad sobre la base de generar y avivar conflictos y alimentar una tensión política cotidiana, ardiente, incesante. Mantener la iniciativa política con maniobras inesperadas, muchas absurdas y de creciente audacia, arrinconando a sus adversarios hacia una estéril actitud reactiva, es lo que ha hecho Petro con mucha habilidad durante estos casi tres años como presidente. Su istración es un desastre y él se negó desde el comienzo a gobernar, pero lidera la iniciativa política, moldea su escenario y determina su dinámica.
Ya va siendo hora de que la oposición al petrismo recupere la iniciativa política en defensa de la institucionalidad democrática, de los jueces, del Congreso, de las reglas de juego democrático, de la concertación nacional, de los valores republicanos. La declaración conjunta de los ocho partidos en contra del "decretazo" de Petro contra el Senado y el Consejo de Estado es un buen comienzo. Pero el país espera mucho más de su liderazgo democrático.