Me sentiría un desconectado si no escribo sobre las elecciones de este fin de semana. Hace rato quiero hablar sobre lo peligrosas que son las tarjetas de crédito de o, esas que funcionan apenas las acercas al datáfono. Te cuesta medirte porque hacen parecer como si todo fuera un juego: las sacas del bolsillo y con ponerlas en el lugar indicado te puedes llevar desde un café hasta un abrigo costoso. Para gente impulsiva, comprar debería ser un viacrucis y no una autopista; en lugar de eso, cada vez nos ponen más fácil gastar plata que no tenemos.
El punto es que siento alivio de que la campaña presidencial haya llegado a su fin, ya está bien de gente llena de razón que pontifica sobre lo que hay que hacer, pero tengo también algo de miedo por lo que se viene. Todo lo que habremos hecho mal para tener que elegir entre dos personajes como Petro y Rodolfo. Porque eso son, personajes más que otra cosa, una especie de capataz/caudillo que se ponen por encima de quienes los votan.
Perdón por el pesimismo, pero no veo bien el futuro, al menos el inmediato. Es creciente la sensación de que, en el mejor de los escenarios, las cosas van a seguir igual, pero que en ningún caso la situación va a mejorar significativa y masivamente.
Un año atrás teníamos más de treinta precandidatos, parecía La Fania esa vaina, y nos las arreglamos para quedarnos con lo peorcito.
Un año atrás teníamos más de treinta precandidatos, parecía La Fania esa vaina, y nos las arreglamos para quedarnos con lo peorcito. Igual, no era tan difícil, que difícilmente se sacaba un de parqueadero entre todo ese combo; no es que hayamos sacrificado a los más brillantes por elegir a los más inconvenientes, que nuestra realidad suele ser tener que escoger lo menos malo. Creo que reconocer que esto es lo que da la tierra nos ahorraría las famosas tusas electorales de cada dos años.
Decir que el país está regular tirando a mal por culpa de los políticos es mentira, más bien estamos sumidos en un estado de dejadez colectiva y cada vez resulta más difícil apagar con totuma este incendio forestal. Lo que me pregunto es por qué no estamos trabajando juntos con convicción por un futuro mejor, sino que despertamos cada mañana para no morirnos de hambre, un eterno ciclo de indiferencia y mediocridad.
Hace unos días me preguntaban con qué candidato en la presidencia se volvería más difícil ejercer del periodismo y contesté que con el ingeniero, sin decir que con Petro vaya a ser un paraíso. Cada uno a su estilo es capaz de acallar las voces disonantes y convertir su mandato en una dictadura de la información, pero creo que con Rodolfo la cosa sería peor. ¿No es eso lo que ha hecho el actual presidente? Mirar hacia otro lado cuando lo critican y elegir a dedo las tribunas desde donde cuenta su verdad.
Igual, los periodistas estamos tan devaluados que la línea entre información y manipulación es cada vez más delgada. La prensa de hoy, Dios mío, eso no fue lo que yo estudié, les digo. En ninguna clase me enseñaron que uno debía volverse activista y echar a andar noticias falsas a ver quién copiaba. No entiendo en qué momento se está produciendo esa desconexión entre la academia y la vida real, pero es como si a un doctor le enseñaran a operar el corazón y al llegar al quirófano rajara la pierna y no el pecho.
La relación entre periodismo y política está tan distorsionada que la única capaz de moderar los debates de segunda vuelta que nunca se dieron era Mafe Walker, la señora que se hizo famosa en las últimas semanas por salir en televisión hablando en alienígena; tal parece ser el idioma que debe manejarse en estos días para entender nuestra realidad. Luego se supo que la influenciadora colombiana no dominaba ningún lenguaje intergaláctico, sino que estaba hablando una mezcla de lenguas muertas entre las que se encontraba el sumerio. Lo dicho, vivimos tiempos de noticias falsas y decepción por todas partes.
ADOLFO ZABLEH