Cuando a comienzos de octubre el Banco Mundial dio a conocer sus más recientes proyecciones respecto al comportamiento de la economía latinoamericana en 2023, el titular inicial señaló que la entidad multilateral había subido su apuesta. Frente al 1,4 por ciento pronosticado en julio, la cifra ahora se elevaba al 2 por ciento, lo cual bien pudo calificarse como una buena noticia.
Sin embargo, acto seguido el organismo señaló que, a pesar de la mejoría, el desempeño de esta parte del planeta sigue siendo inferior al de todas las demás regiones analizadas. “Anémico”, fue el adjetivo utilizado para describir aquello de mantenerse por debajo del promedio global desde hace tiempo.
Lo anterior quiere decir que los demás andan más rápido de manera consistente. Peor es pensar que no hay señales de cambio en el diagnóstico para los años que vienen. “Las bajas previsiones de crecimiento de cara al futuro, de alrededor de 2,5 por ciento, no alcanzan para reducir la pobreza y las tensiones sociales”, subrayó el Banco Mundial.
Más dudas que certezas
A la luz de esa realidad es fácil entender la insatisfacción de la ciudadanía en los diferentes países del área. Esta es el caldo de cultivo para los vaivenes políticos, las expresiones de rabia y los cantos de sirena de los populistas que prometen romper con el pasado y ofrecen soluciones aparentemente fáciles que acaban prolongando el círculo vicioso.
Ante la falta de oportunidades muchos simplemente optan por irse, en la mayoría de los casos hacia el hemisferio norte. Alimentada por la diáspora venezolana, la ola migratoria actual es la más significativa de la historia, sin importar los peligros que implica atravesar el Darién a pie o exponerse a una deportación ya sea en Estados Unidos o algún país de Europa.
¿Cuál es el remedio? La literatura económica abunda en diagnósticos que explican por qué América Latina se mantiene en la parte trasera del pelotón del crecimiento. Estos muestran que la combinación de bajas tasas de inversión y mala productividad son los causantes del rezago regional.
En el caso concreto de los trabajadores, la elevada informalidad laboral actúa como un lastre. Dicho de manera descarnada, el conocido “rebusque” sirve para sobrevivir, pero perpetúa la precariedad de los ingresos e impacta negativamente en la capacidad de consumo de las familias.
De vez en cuando, es verdad, aparecen los periodos de bonanza. La norma general muestra que estos se encuentran atados a las cotizaciones altas de los bienes primarios que América Latina exporta, como sucedió en la parte inicial del presente siglo hasta que a mediados de 2014 la burbuja se reventó.
Lamentablemente, en lugar de actuar de manera responsable y guardar para las épocas de vacas flacas, la norma en la región es la de feriarse buena parte de los recursos extraordinarios. Como le pasa a quien gana un quinto de la lotería y se gasta la fortuna en una celebración, con frecuencia muchos encuentran a la vuelta de unos años que están más endeudados que antes y se comprometieron con gastos permanentes difíciles de sostener.
Para colmo de males, la pandemia se sintió en estas latitudes con particular dureza. Basta recordar que, con apenas un 8 por ciento de la población global, las muertes atribuibles al covid representaron casi el 30 por ciento de las registradas en el mundo.
Junto a la desolación causada por el fallecimiento de tantos familiares y amigos, los latinoamericanos vivieron la peor contracción económica de su historia.
Con el paso de los meses llegó la recuperación, con lo cual el producto interno bruto conjunto en 2025 debería ser un 11 por ciento superior al de 2019, de acuerdo con el Banco Mundial. Aun así, el desempeño resulta mediocre. El motivo es que aún no se llega ni siquiera a la tendencia de antes de la emergencia sanitaria.
Odiosas como son, las comparaciones hablan por sí solas. En lo que atañe a Asia Meridional el salto sería de 30 por ciento en el mismo lapso, mientras que en África Subsahariana el avance ascendería al 17 por ciento. Incluso Medio Oriente y África del Norte, azotados por los conflictos y las tensiones internas, estarían por encima.
Cambio de puesto
Dentro de ese contexto, Colombia se había dado por bien servida. A pesar del raquitismo del crecimiento latinoamericano, la norma desde hace rato era la de estar por encima de la mayoría de las naciones del área.
Semejante desempeño no es nuevo. Cuando se observa la evolución del país en los últimos 120 años salta a la vista que estamos en el grupo de los tres de mayor crecimiento, junto con Chile y Brasil. Y si se miran periodos más cortos, como las dos décadas pasadas, seguimos en la parte alta de la tabla, al menos dentro del grupo de los de mayor tamaño relativo.
No es consuelo saber que Argentina pinta todavía peor, atrapada entre la hiperinflación y el desencanto. Tampoco lo es rebasar a Haití, víctima del desgobierno y
la violencia.
Si el lente se enfoca en la era pospandémica, el veredicto es contundente. Ninguna otra economía de las Américas –con la única excepción de Guyana, en donde hay en marcha un enorme desarrollo de yacimientos de hidrocarburos– se recuperó con tanta rapidez y fortaleza.
Por ese motivo, resulta destacable que, de estar entre los punteros, pasemos a la cola del grupo en 2023, pues la mayoría nos supera. No es ningún consuelo saber que Argentina pinta todavía peor, atrapada entre la hiperinflación y el desencanto, con una contracción de 2,5 por ciento en su producto interno bruto proyectada por el Fondo Monetario Internacional. Tampoco lo es rebasar a Haití, víctima del desgobierno y la violencia.
Tal como lo señaló el viernes el gerente del Banco de la República en la asamblea de Anif, la entidad considera que, tras el dato de caída de 0,3 por ciento, experimentado por la economía colombiana en el tercer trimestre frente al mismo periodo de 2022, en el año completo la expansión apenas llegaría a 0,9 por ciento. Dicho guarismo está lejos del 2,3 por ciento pronosticado para América Latina y es todavía más distante del 2,9 por ciento calculado para el mundo entero.
Cómo volver a sobresalir de manera positiva forma parte de las preocupaciones de los especialistas. Si se trata de hacer las cosas mejor, la región entrega valiosas lecciones, que deberían ser tenidas en cuenta por la Casa de Nariño y el Ministerio de Hacienda a la hora de sacar ideas del sombrero.
Igualmente, vale la pena aprender de las equivocaciones de los demás. Como dice el refrán, “toda situación, por mala que sea, es susceptible de empeorar” y en esta ocasión vale la pena advertir los peligros en el horizonte con el fin de alejar el espectro de una recesión.
Quienes saben de estos temas hablan de una especie de coctel perverso que conduce inevitablemente a un círculo vicioso del cual se vuelve difícil salir. Este comienza por ignorar la prudencia respecto al buen manejo de la hacienda pública, con el argumento de que vale la pena gastar sin control con el fin de atender las necesidades insatisfechas.
Entrar en esa espiral es muy peligroso como lo muestran múltiples ejemplos en diferentes momentos de la historia reciente. Brasil y Perú tuvieron grandes descalabros unas décadas atrás, que desembocaron en un aumento significativo de la pobreza.
Venezuela, cuya economía pasó de ser la cuarta más grande en América Latina a la número diez en escasos 20 años, llegó a tener la inflación más alta del mundo hace no mucho. Y en lo que atañe a Argentina, la que fuera una de las naciones más ricas del planeta, es una sombra de su pasado.
En todos los casos mencionados, el exceso de gastos que lleva a déficit fiscales inmanejables es la génesis de los descalabros. Para demostrar que esta parte del mundo aprendió los dolorosos aprendizajes del pasado y ofrecerles garantías de buen manejo a los tenedores de títulos de deuda pública, la salida escogida consistió en mejorar la gobernanza y adoptar seguros institucionales efectivos.
Dentro de ese conjunto de reformas se fortaleció la figura de los bancos centrales regidos por una junta directiva de carácter técnico e independiente. Igualmente se llegó a la figura de la regla fiscal, que en la práctica equivale a una camisa de fuerza autoimpuesta, con ciertas vías de escape de carácter temporal.
Creer es la clave
Por otra parte, está el requisito de contar con un clima de inversión aceptable, el cual pasa por la estabilidad de las reglas de juego y la calidad de las decisiones adoptadas. Sin duda, la turbulencia política no forma parte del decálogo, pues los capitales son aversos al riesgo en exceso.
Una prueba de que las decisiones importantes tienden a aplazarse es Chile. Tras la llegada de Gabriel Boric al poder y el comienzo de un proceso constitucional que en un primer momento fue motivo de gran inquietud, numerosos proyectos se paralizaron. Si bien las posiciones se han moderado, todavía la que fuera la economía latinoamericana de mejor desempeño sigue lejos de recuperar su lustre.
Andrés Abadía, economista jefe para América Latina en Pantheon Macroeconomics, una firma con sede en Inglaterra, menciona igualmente lo ocurrido en Perú, durante la fracasada istración de Pedro Castillo y las tensiones de los últimos meses, tras su salida del cargo. “La percepción sobre la calidad del gobierno importa mucho”, dice.
De vuelta a Colombia, y como lo advirtió el Consejo Privado de Competitividad, la confianza es un elemento fundamental en la ecuación del crecimiento. Aunque la promesa de utilizar la chequera pública para compensar el desgano del sector privado puede sonar atractiva, gastar bien el dinero es todo un desafío, sobre todo si se trata de sembrar para cosechar después.
Y aquí aparece el problema de la caída en la inversión, que permite entender el pobre desempeño de la economía nacional en lo que va de 2023. Como bien lo reportó el nuevo presidente de Anif, José Ignacio López, si este agregado se hubiera mantenido constante frente al nivel que alcanzó en 2019 estaríamos hablando de una expansión del 6,5 por ciento y no de un retroceso.
Además, el especialista resalta que desde hace algún tiempo el país está atrás de sus pares regionales en esta materia. En términos prácticos, ello implica que el motor de la reactivación futura será más pequeño, con lo cual suben las probabilidades de que se recaliente con rapidez si el consumo de los hogares se despierta.
Sobre el papel las múltiples advertencias hechas deberían llevar a quien está a cargo del destino del país a enmendar la plana, mediante la adopción de un plan de choque orientado a reactivar la actividad interna, junto con el envío de mensajes destinados a acabar con la incertidumbre para atraer la inversión productiva. Pero esa lógica no funciona para Gustavo Petro, quien antepone la ideología al pragmatismo, según Mauricio Cárdenas.
Para el exministro, “el concepto de que el sector privado va a ganar plata se convierte en el principal obstáculo” a la hora de irse por el camino de meterle recursos a la construcción de vivienda o el desarrollo de la infraestructura. Si a eso se le junta el deterioro de la “marca país” como un buen sitio para tomar riesgos, mencionado por Andrés Abadía, el panorama no es alentador.
Hay fundamentos, entonces, para pensar que Colombia estará en la retaguardia de América Latina en lo que corresponde a su desempeño económico en los años que vienen, después de tanto tiempo de estar en la vanguardia. Y como los males no vienen solos, las inquietudes respecto a la sostenibilidad fiscal, el empleo o la evolución de la pobreza están a la orden del día. Eso es lo que pasa cuando en lugar de ser un caso ejemplar, un país se vuelve emblemático por sus propias equivocaciones.
RICARDO ÁVILA PINTO
Especial para EL TIEMPO
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