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Extendiendo la mano a las familias en las comunas de Medellín

Dos mujeres paisas entregan mercados a familias de bajos recursos durante la pandemia.

Una iniciativa de dos mujeres paisas ha permitido llegar a más de 1.000 familias en Medellín con mercados durante la pandemia.

Una iniciativa de dos mujeres paisas ha permitido llegar a más de 1.000 familias en Medellín con mercados durante la pandemia. Foto: Archivo particular

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DIRECTOR DE LA ESCUELA DE PERIODISMO / DIRECTOR DE 'EL CAFÉ DE HOY' / DIRECTOR DE PÓDCASTSActualizado:

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Han ayudado, durante esta pandemia a más de 1.000 familias sin alimento. Han hecho que el Ejército entregue mercados en zonas como la Comuna 13 de Medellín. Han sido amigas desde el colegio. Son Andrea Lopera y Laura Serna, líderes del proyecto ‘Héroes 24/7’, que busca entregar mercados a comunidades que no tienen comida en la capital antioqueña.
Ambas, a sus 30 años, son conscientes de la pobreza y desigualdad a la que muchos hogares se enfrentan durante el aislamiento obligatorio en Colombia. Tienen claro que no son dificultades que surgen por la pandemia. Para Andrea “es un problema social que venimos arrastrando desde hace años como país”.
También reconocen que no están salvando al mundo con su labor, pero al menos, para ellas, están evitando más contagios logrando que la gente tenga comida y no requiera salir a buscarla a las calles.
Desde que compartían clase en el colegio, el conflicto y la divagante realidad de muchas personas las ha enfrentado. Vivieron de cerca los problemas que acarreaba la situación de narcotráfico liderada por Pablo Escobar. Además, cerca de su colegio, fueron testigos de cinco bombas que azotaban la violencia en esa época. Llegaron a cuidar niños en comunidades precarias para evitar que sus padres los llevaran a pedir comida en semáforos.
Cuando fue anunciada la cuarentena en el país, ambas ya se encontraban en aislamiento voluntario. Alrededor de una semana atrás sus familias habían decido confinarse tras conocer, de primera mano, por sus allegados médicos, las consecuencias de este virus que para ellas “no es una simple gripa”. Andrea es odontóloga y tuvo que suspender las consultas y Laura es publicista y trabaja desde su casa.
“¿De qué va a vivir la gente?”, se preguntó cada una. Se cuestionaban por la situación del señor que les vende aguacates, o la señora que trabaja en la peluquería, aquel que lava los carros o quienes trabajan a domicilio. Esta población que en medio del aislamiento se encuentra con calles vacías y sin clientes o personas a quienes atender.
Iniciaron la coordinación por un mensaje de ‘Whatsapp’. Familiares, amigos, conocidos y hasta empresarios recibieron una solicitud para donar. Pidieron de 10.000 pesos en adelante. La premisa del proyecto era que nadie fuera a estar en riesgo de contagio. Así decidieron que las personas que estaban saliendo de sus casas para trabajar, como porteros o personal de aseo, serían quienes les ayudarían a entregar los mercados en sus comunidades.
El primer día lograron comprar 44 mercados. Ese día se encontraron con la historia de Betzabeth. Una mujer que ayuda a asear la casa de una de las primas de Andrea y para quien iba destinada un de las bolsas con comida. La señora vive en un barrio de bajos recursos en Medellín, llamado El Pesebre. Su comunidad también estaba viviendo una situación difícil ante la pandemia. Betzabeth, decidió con “papel, lápiz y tapabocas” pasar de casa en casa preguntando cuál era la situación de cada familia.
Con su puño y letra recolectó información de 100 hogares que estaban pasando por necesidades. Los priorizó de acuerdo a los casos más críticos. El primero, un adulto mayor que se encontraba viviendo solo, luego mujeres en embarazo, después familias con niños con discapacidad cognitiva y así sucesivamente.
Les faltaban alrededor de 60 mercados para cumplir con la tarea. La voz se fue regando entre sus allegados y las consignaciones a la cuenta de Andrea empezaron a crecer. Con el dinero recolectado se enfrentaron ante el problema que no tenían cómo llevar las ayudas ni un distribuidor al por mayor que se las vendiera.
Laura, quien vive cerca de un base militar en Envigado, ó a un comandante. A las 11 de la mañana él recogió los mercados que tenían listos. Fue con 30 soldados a un supermercado y, por ser de la Fuerza Pública, les vendieron 10 a cada uno. Así completaron la compra de 300 mercados que fueron llevados a la comunidad de Betzabeth y otras más.
Han recibido donaciones de todo tipo. A pesar de lidiar día a día con la incredulidad de las personas ante las buenas causas, se han encontrado con allegados que confían en ellas. Las fotos de los mercados entregados y las familias que los reciben, les han servido para que la gente deposite en ellas, lo que llaman, “un voto de confianza”.
El proyecto, que empezó como una ayuda entre sus familiares, no les ha permitido dimensionar lo que han logrado. Decidieron no poner límites. “Si la gente sigue ayudando, ¿por qué vamos a parar?”, menciona Andrea.
De las historias que más las conmueve, está la ayuda a un comedor de 300 niños en el barrio La Sierra de Medellín. Allí se reparte comida en recipientes portables y, durante la pandemia, el plato para un niño se había convertido en el alimento de toda la familia.
En la Comuna 13 la situación era igual de problemática. Con trapos rojos en ventanas, puertas y cables de luz, como símbolo de llamado de auxilio, habitantes de esta conflictiva zona en Medellín exigían ayudas. La historia les llegó a través de redes sociales y Laura y Andrea que habían hecho tours por la comuna, aron a uno de sus habitantes.
El comandante, que en ocasiones anteriores les ha ayudado, fue quien llevó los mercados, junto a sus soldados a cargo, a un lugar donde la Fuerza Pública siempre ha recibido rechazo.
Desde la solidaridad que las caracteriza a ambas, reconocen que la pandemia ha sacado cosas muy buenas de las personas. Laura se ha centrado en tener metas claras y aterrizadas, Andrea, por su parte, ha vivido la experiencia con muchas emociones y confiando en que Dios las va a seguir ayudando.
Lo más difícil para ellas ha sido escoger a quiénes responder el mensaje de ayuda. Las conmueve encontrarse con historias de mujeres que luchan diariamente para sostener a sus hijos. Una de ellas los lleva a la cama en la madrugada para que despierten en la tarde y almuercen. Antes de recibir el mercado, solo podía ofrecerles una comida al día.
Laura y Andrea se enfrentan al miedo del contagio pero también a dejar de recibir ayudar y “no poder contar con los medios para seguir ayudando a la gente que lo necesita”, afirma Laura. Aunque son conscientes de que la comida no es la única necesidad que tienen las personas, consideran que los alimentos “sí es un tema que nos hace salir a todos de casa y rebuscárnosla porque no nos vamos a morir de hambre”, dice Andrea.
Hacen sacrificios como todos en este momento. Andrea deja de pasar tiempo con su hija de 18 meses mientras gestiona los mercados. Laura lidia con el cuidado de dos adultos mayores con quienes vive. Aun así, no se sienten cómodas con pasar la cuarentena desde sus casas sin hacer nada por las personas que si se asilan, no comen. No entienden porqué las ayudas del gobierno no han llegado. Aún más cuando han conocido, de fuentes cercanas, que la comida en la Gobernación se está dañando porque no la han entregado.
A esas comunidades que hoy el estado no ha podido llegar con un salvavidas, Andrea y Laura están dispuestas a ofrecer sus mercados. No saben hasta cuándo y ni cuántas familias más podrán ayudar, la solidaridad, en este caso, tampoco tiene medida.
MARIANA GUERRERO
Escuela de Periodismo Multimedia EL TIEMPO

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