Señor Director:
Sobre su editorial ‘Una deuda pendiente’ (16-2-2017), el cáncer es una de las enfermedades más tremendas, y la sola noticia para un ser humano de que la posee es desoladora. Por eso me causó dolor saber que cada año más de 2.200 niños son diagnosticados con esta enfermedad. Y más al ver que muchas veces no es a tiempo y, aún más, que por ese largo camino en las redes de atención aún persisten barreras de para que reciban el tratamiento oportuno. Por Dios, esto suena a indolencia, a un sistema de salud en peor crisis de la que se habla. Si no somos capaces de atender en forma ágil a los niños con cáncer, ¿qué nos espera a todos en este país? Y mientras tanto, la corrupción, haciendo de las suyas... Qué tristeza, ojalá, como dice su editorial, el año entrante hayamos pagado la deuda.
José Francisco Piñeres
Corruptos a los patios
Señor Director:
Andrés Hurtado pone el dedo en la llaga de manera concisa. La discrecionalidad que tienen los jueces para otorgar casa por cárcel o prisión por tiempos cortos y en lugares de reclusión diferentes a los patios comunes de las cárceles facilita a los corruptos la negociación de sus penas con el juez. Estos criminales, por cuya culpa mueren niños de hambre o de enfermedades gastrointestinales por la mala calidad del agua, o mueren personas en las puertas de los hospitales por falta de ambulancias o de cupos, no merecen ningún trato especial. El día en que los jueces tengan que ordenar el traslado de un delincuente de estos a los patios de las cárceles donde están guardados los peores criminales, ese día servirá de escarmiento para los que creen que la impunidad o la liviandad de la justicia los cobijará, y muchos corruptos se abstendrán de sus fechorías. Ojalá el Gobierno impulse el proyecto de ley anunciado por el Presidente y los jueces pierdan la discrecionalidad que hoy en día tienen ante estos criminales.
Gabriel Reyes Posada
Bogotá
La historia de los taxis
Señor Director:
El periódico ha publicado estadísticas de los accidentes de tránsito que implican a taxis de Bogotá. Este útil servicio público tiene su historia. En 1927, unos ciudadanos pautaron, en la conocida revista ‘El Gráfico’, el servicio de automotores de color violeta, y frente a uno de ellos, la pareja, a quienes les abre la puerta un elegante conductor de quepis, guantes y botas altas. Fueron los Taxis Lilas, acaso la primera empresa de taxis que funcionó en la capital. Más tarde llegaron los ‘taxitoches’, de bilioso color, semejante al de los actuales ‘Uldaricos’.
Años después circularon los confortables automotores Ford, de color rojo emblemático, causante de controversias políticas y del gracioso episodio callejero en el que un godo laureanista, al ver a uno de estos remolcado por una grúa, dijo: “Copartidarios, ahí va un rojo arrastrado”.
Miguel Roberto Forero García
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