En una época marcada por la polarización, llama la atención que la elección del nuevo secretario general de la Organización de Estados Americanos, el surinamés Albert Ramdin, se haya dado mediante proclamación. El ministro de Asuntos Exteriores de este país caribeño obtuvo 22 votos, cuatro más de los 18 que necesitaba para ser el sucesor del uruguayo Luis Almagro.
Parece lugar común, pero hay que repetirlo: si un desafío tiene por delante el nuevo secretario es que esta organización recupere el brillo y el lugar que otrora ocupó en el concierto internacional. Todo en un contexto mundial plagado de problemas que superan la capacidad de las naciones donde el multilateralismo es, que no quepa duda, la única salida. Pero paradójica y dolorosamente la tendencia es a relegarlo. Es así como Ramdin deberá capitalizar inteligentemente el consenso que generó su aspiración para que el hemisferio unido busque salidas a retos tan complejos como la migración, la crisis climática, los ataques a la democracia, la necesidad de que Venezuela –país frente al cual ha dicho que es mejor el "diálogo"– salga de la dictadura y el saber gestionar la creciente influencia de China en la región.
Así mismo, llega el nuevo secretario con el respaldo de países que, comenzando por Colombia, han tenido tensiones con el nuevo gobierno de Donald Trump, que respaldaba al aspirante derrotado, el canciller paraguayo Rubén Ramírez Lezcano. De ahí que el primer reto que tiene al frente sea el de apelar a lo más fino y sagaz de la diplomacia para que la OEA no pase a ocupar un lugar en la lista de antagonistas de la Casa Blanca. El peligro es que los problemas de la región queden relegados a un segundo plano si esta organización pasa a ser punta de lanza de disputas entre Washington y los gobiernos que no están en su esfera. De ocurrir esto, serán los ciudadanos y las ciudadanas del continente los más perjudicados.