El domingo pasado, cuando la gente seguía deseándose un feliz año, la entrega número 82 de los Globos de Oro dio paso a la llamada "temporada de premios" que ocupa a media industria del cine desde enero hasta marzo. Los Globos, que se dan tanto a los profesionales del cine como a los de la televisión –y pretenden ser una versión relajada, libre, de los Óscar–, fueron creados en 1944 por la Asociación de Periodistas Extranjeros de Hollywood, pero desde el año pasado son puestos en marcha por una fundación que se ha dedicado a la tarea de mantener viva esa historia. La ceremonia del domingo, por lo pronto, dejó varias lecciones.
Se discute con frecuencia la importancia de estos eventos que ponen a competir trabajos incomparables. Está fresca la crisis que se desató cuando la Asociación fue acusada de falta de representatividad. Y, sin embargo, según Nielsen, 9’267.000 personas vieron el programa. Los triunfos de la nueva serie de Shogun y de la película Emilia Pérez ratificaron el compromiso de los nuevos asociados con un cine que cruce lenguas, lenguajes, naciones, culturas, géneros. Y la victoria de Demi Moore en la categoría de mejor actriz –por su valiente interpretación en La sustancia– sigue siendo discutida en las redes sociales como una fábula de redención.
Moore, famosa en el planeta entero por películas como Échale la culpa a Río, St. Elmo’s Fire, Ghost, la sombra del amor, Cuestión de honor y Propuesta indecente, se ha convertido en tendencia en las redes del mundo luego de improvisar un estimulante discurso de aceptación en el que habló de no dejarse retirar, ni definir ni menospreciar por las voces pasajeras; de superar "la vara de medir" para valorarse de verdad; de reconocer, a pesar de las malas jugadas de la industria, de pertenecer. Su breve monólogo, tan aplaudido, ha sido prueba de que las manidas entregas de premios aún pueden servir de inspiración.