Quien haya leído el muy completo artículo publicado ayer en estas páginas, firmado por el periodista multimedia David López Bermúdez, pronto habrá llegado a la conclusión de que celebrar los 50 años del teatro Jorge Eliécer Gaitán es conmemorar la innegable vocación de Bogotá a la cultura: es pensar en el populoso Teatro Municipal en el que Gaitán lanzaba esos discursos que aún hoy son escuchados –aquel sitio que se vino abajo el mismo viernes 9 de abril en el que fue asesinado el líder liberal–, pero también es recordar el bellísimo Teatro Colombia, en el que se alcanzaron a presentar algunas de las películas más recordadas de la era dorada de Hollywood.
Por el Teatro Jorge Eliécer Gaitán, que partió de las estructuras del Teatro Colombia para hacerle un homenaje sincero a todo lo que se vivió en el Teatro Municipal en la década de los 40, y que hace 50 años pasó a ser el auditorio más importante del Distrito, han pasado dramas extraordinarios, musicales, conciertos de algunos de los músicos más relevantes del mundo, conferencias multitudinarias y obras experimentales y ambiciosas traídas al Festival Iberoamericano de Bogotá. Siempre, sin falta, ha sido un lugar restaurado, remodelado, puesto al día. Para las istraciones de las últimas décadas, ha sido claro que su escenario cargado de historia debe ser protegido.
El icónico teatro Gaitán, en la carrera 7.ª que desde el siglo XIX ha parecido la columna vertebral de la ciudad, es la materialización de un sueño de los santafereños de Tiempos del Ruido, pero, como demuestra el artículo, es sobre todo una fortaleza que protege maestrías y saberes que se dan en la escena y en la tras escena. Gracias a la labor incansable de autores, intérpretes y tramoyistas, quien se acerca a ese lugar se acerca tanto a una escuela para las artes como a un museo lleno de pruebas de que Bogotá siempre ha acudido a la cultura para responderles a los momentos difíciles.
EDITORIAL