Las redes, no las de pescar, sino las sociales, reaccionaron masivamente ante una noticia, desafortunadamente no tan inusual, en Cartagena. A unos turistas ecuatorianos les cobraron dos millones de pesos por dos mojarras y dos cervezas, en la isla de Barú. Días antes, en Playa Blanca, a otros turistas, de nacionalidad mexicana, les había tocado pagar, con agresiones de por medio, seis millones de pesos por una picada familiar, unas cervezas y un servicio en la playa. Se informa también que a un coreano le cobraron seiscientos mil pesos por un masaje, después de nadar.
El hecho, aparte de la natural indignación, produjo notas de humor. Grandes personajes y algunos de los más ricos del mundo aparecieron en los memes haciendo cuentas para ver si podían venir a consumir mojarra en Cartagena. Gracejos aparte, o incluso por ello, esto hay que mirarlo como un hecho grave, nada menos que en nuestra ciudad turística por excelencia, cuya mayor fuente de ingresos es, precisamente, el renglón turístico.
Más que nunca, dados los tiempos que vivimos, cuando apenas nos recuperamos de un largo y doloroso confinamiento, la gallina de los huevos de oro se tiene que cuidar. Se deben revisar los evidentes vacíos. Se entiende la forma de libre mercado, pero los precios no se pueden imponer al antojo, con tales excesos, según el acento, el idioma ni los rasgos físicos del visitante. Se necesita autoridad. Por lo menos debe ser obligatorio cumplir la norma elemental de poner los precios a la vista del consumidor. Y que haya sanción ejemplar a quien cometa estas avivatadas.
Aquellos cobros astronómicos llevaron a que el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo convocara una mesa de trabajo con autoridades regionales y nacionales. Es un buen principio, pero no puede quedarse en la nevera hasta la siguiente denuncia. Ojalá la alcaldía local tome cartas en el asunto, pues defender al turista es defender a Cartagena.
EDITORIAL