El mundo vive hoy uno de los momentos más tensos y difíciles de su historia. Apenas estamos saliendo de una dura pandemia como la del covid-19, que se llevó más de 6,3 millones de vidas, y ya nos hallamos ante dos guerras, que también afectan, de una u otra manera, a todo el orbe y en las que perdemos todos.
La de Ucrania, que empezó con la invasión ordenada por el máximo líder ruso, Vladimir Putin, aquel 24 febrero de 2022, continúa. Y siguen la destrucción de ciudades, pueblos y campos, de sitios históricos y de vidas. Muchas vidas preciosas de civiles y soldados. Cifras recientes como las publicadas en agosto por ‘The New Yok Times’ hablan de 500.000 soldados, entre muertos y heridos, en los dos bandos.
Y como las guerras son brutales y despiadadas, los civiles ucranianos ponen una enorme y dolorosa cuota. Un reciente informe de la ONU dice que son cerca de 10.000 de ellos los que han caído. Esto sin pensar en los desplazados internos y los inmigrantes, que son millones. Para más desgracia, no se ve luz al final de este largo y trágico túnel.
Y como si ese panorama no fuera lo suficientemente aterrador, hace poco más de una semana tenemos otra guerra, como lo es la que se libra entre Israel y el grupo extremista Hamás en la Franja de Gaza. La peor en 70 años, producto de la incursión sorpresiva de Hamás en zonas israelíes con centenares de civiles asesinados brutalmente, entre ellos dos colombianos. En pocos días las imágenes de víctimas, a lado y lado de la frontera, han sacudido al planeta.
Hay que condenar el ataque terrorista de Hamás, tal como lo ha hecho la gran mayoría de naciones, lo cual no impide criticar la ocupación ilegal de territorios palestinos por Israel ni repudiar la afectación de civiles tras la respuesta desmedida de Tel Aviv. Lamentablemente Colombia no ha rechazado el terrorismo de Hamás y el presidente Petro ha optado por una equivocada política exterior de trinos, en la que se privilegia la confrontación en tiempo real y se echa de menos la labor diplomática de la Cancillería. El resultado ha sido el escalamiento de declaraciones de ambos gobiernos hasta generar una crisis en la relación binacional. Se ha creado una situación indeseada, que esperamos se supere por cauces del fraterno diálogo entre los dos países.
La comunidad internacional debe ser capaz de buscar que la moderación de los líderes mundiales dé más espacio a la política
Lo que está viendo el mundo es otra guerra en vivo y en directo, con toda la crueldad que conlleva el uso de las modernas armas de hoy. Tanto el ataque inicial del agresor como la reacción del agredido ya han costado la vida de al menos 3.500 personas. Hasta ayer, habían muerto allí 1.300 israelíes y personas de otras nacionalidades, y 2.200 palestinos.
Este escenario de sangre, muerte y lágrimas se tiene que detener. Lamentablemente organismos como la ONU, creada en 1945 para preservar la paz y la estabilidad en el mundo, hoy vuelve a evidenciar sus debilidades. Pero, contra lo que algunos pueden pensar, sería errado cortarles el agua a los bomberos en medio del incendio. Hay que fortalecer los mecanismos multilaterales. Se necesitan reformas para que actúe rápido y con eficacia el Consejo de Seguridad, que se frenen los consabidos vetos; se requiere que la diplomacia sea capaz de buscar que la moderación de los líderes mundiales esté por encima de los intereses geopolíticos. Urge que los seres humanos sean capaces de solucionar las diferencias en una mesa de diálogo más que en los campos de batalla; que lo humano esté por encima de los odios.
EDITORIAL