Una de las consecuencias más drásticas del conflicto bélico que hoy protagoniza Rusia en territorio ucraniano ha tenido lugar en el mercado global de la energía. La condición de Moscú como potencia mundial en exportación de commodities, petróleo y gas ha conducido a que los precios internacionales de estos productos y materias primas, cruciales para la economía del planeta, se disparen, agudicen las presiones inflacionarias e incluso alteren las estrategias geopolíticas de las grandes potencias.
El abrupto contraste en el impacto generado por esta guerra en el suministro de combustibles entre la Unión Europea y Estados Unidos ya constituye hoy una lección histórica sobre la autosuficiencia energética. Mientras Washington, gracias a sus explotaciones de yacimientos no convencionales, encabeza las exportaciones de petróleo y gas natural, las economías de Europa occidental, en especial Alemania, sufren peligrosas dependencias de las importaciones desde Rusia.
Colombia no es ajena a estas discusiones sobre política energética. Con una capacidad exportadora de crudo, reservas de gas natural para 7 años y una matriz energética mayoritariamente limpia, la posición nacional es favorable. No obstante, las repercusiones del choque de la guerra en el mercado global de la energía –que ya venía subiendo por la demanda de la reactivación económica– se sienten en las importaciones nacionales de gas: Colombia compró en enero 8.919 toneladas a un precio 175 por ciento mayor que el pagado en 2021.
El futuro de la energía en Colombia debe constituirse en uno de los temas prioritarios de la campaña presidencial en curso.
Las presiones inflacionarias –incluyendo las del índice de precios al productor (IPP)– no son ajenas a la energía que consume la economía nacional. La variación anual de precios de la electricidad ya registró en marzo pasado un 14,6 por ciento, y el IPC anual de energéticos está en 11,35 por ciento. A esta situación de corto plazo se deben añadir las decisiones para el mediano y el largo plazo que garanticen la autosuficiencia, esto es que aseguren que las industrias, los hogares y los consumidores colombianos cuenten con un suministro energético confiable, asequible y blindado de choques.
Para avanzar en ese camino deseable, el país debe reconocer la necesidad de mayor exploración y producción de petróleo y gas natural en el territorio nacional, y eso requiere ponderar todas las alternativas, incluyendo los yacimientos no convencionales. Se debe impulsar la consolidación de los 17 proyectos gasíferos en marcha con recursos por más de 2.900 millones de dólares, tanto de exploración como de transporte y distribución. Dentro de su hoja de ruta, acertadamente Ecopetrol incorporó entre 2022 y 2024 inversiones en gas por más de 1.800 millones de dólares, ubicadas en el piedemonte llanero, el Caribe continental y costa afuera.
El futuro de la energía en Colombia debe constituirse en uno de los temas prioritarios de la campaña presidencial en curso. El país y la economía necesitan de los candidatos propuestas realistas, ajustadas a la actual situación energética, acerca de cómo, en los próximos cuatro años, fortalecer la autosuficiencia de hidrocarburos y desplegar una transición energética ordenada que no ponga en riesgo la confiabilidad del suministro.
EDITORIAL