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Lucha por la vida

De lo que hagamos en las próximas semanas depende que en el futuro el país sea como lo hemos soñado.

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Si tuviera que describir con una palabra la coyuntura actual sería ‘suspensión’. Nuestro presente se convierte en nuestro pasado, pues es el reflejo de la epidemia con dos o tres semanas de retraso, y las decisiones que cada país va tomando se convierten en imágenes de nuestro futuro. Y en ese lapso de días o de semanas, en las que podemos reducir el ritmo de contagio, el futuro se suspende.
Mientras tanto, el tiempo de reproducción del capital se desacelera y nos permite dirigir la mirada hacia otro espacio: el espacio de reproducción de la vida. Sobre los hombros de muchas mujeres recae la conservación de la unidad doméstica durante el aislamiento; son ellas las que están garantizando su propia supervivencia y la de los que en algún momento saldrán de nuevo a trabajar o siguen trabajando en actividades llamadas esenciales. A pesar de que en los medios y en las redes sociales el espacio público siga irrumpiendo en el espacio privado, las tareas domésticas y el trabajo de cuidados son los que se han redoblado. La relación entre estos dos espacios se vive intensamente: sobrecarga laboral, trabajo doméstico no remunerado, violencia intrafamiliar.
Y en esta tensión constante y simultánea entre diferentes temporalidades y espacios nos preguntamos: ¿seguiremos la ruta trazada por Italia? País que perdió dos semanas por las contradicciones entre el gobierno central y las autoridades regionales. ¿O seguiremos el modelo surcoreano? País que a la fecha ha hecho más de medio millón de test.
Sin dejar de tener estos países como referencia, poco a poco el virus se instala en el hemisferio sur. ¿Qué pasará en América Latina? Una de las regiones del mundo que menos invierte en salud; una de las más desiguales, con economías precarias y, salvo algunas excepciones, dirigentes mediocres. En esta región, Ecuador y Brasil van configurándose como los ejemplos a no imitar. En Ecuador, la provincia de Guayas alberga más del 70 por ciento de los casos. Ya son de todos conocidas las terribles noticias que nos llegan de Guayaquil. Brasil es el caso más paradigmático, pues su presidente, Jair Bolsonaro, cada vez más aislado, continúa negando la gravedad del virus e insistiendo en que “Brasil no puede parar”.
En términos sanitarios, la llegada del coronavirus a los países de América Latina plantea los mismos debates que ha planteado en otras latitudes. En términos sociales y políticos, hay también similitudes, pero existen preguntas propias a su condición de países dependientes. Países cuyos gobiernos invierten cada vez menos en investigación científica y cuyos sistemas de salud no garantizan una cobertura universal. En el caso colombiano, el gasto militar es el más alto de la región: el 3,1 por ciento de su PIB (US$ 10.600 millones en el 2018) lo destina a ese rubro. En un país que ya ha vivido varios procesos de paz, es ingenuo pensar que aumentar el gasto militar podría contribuir de alguna manera al bienestar de su población. Todo lo contrario, este gasto siempre será en detrimento de la inversión social. El año pasado, según un informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde), Colombia destinó un poco más del 7,2 por ciento de su PIB a la salud, más de un punto porcentual por debajo de los países de la región.
Pero para enfrentar la pandemia son particularmente importantes las unidades de cuidados intensivos (UCI). En este sentido, y puesto que estamos en una carrera contra el tiempo para salvar vidas, cabe hacerle algunas preguntas al Gobierno.
Actualmente, Colombia cuenta con 5.300 camas de cuidados intensivos. El ministro de Salud afirmó hace unos días que el índice de ocupación de estas camas se redujo y que ya hay 2.600 camas disponibles. ¿Cómo pudo reducirse tanto y en tan poco tiempo este índice, que normalmente ronda el 80 por ciento? ¿Estas 2.600 camas cuentan con el aislamiento adecuado? Recordemos que según la Asociación Colombiana de Sociedades Científicas (ACSC), en Colombia solo hay alrededor de 750 camas para manejar pacientes de covid-19 de verdad aislados.
¿Cuándo se piensa llegar a las 10.000 camas que prevén instalar? Si estas camas no se podrán instalar en los hospitales de campaña, ¿dónde prevén instalarlas? ¿En cuáles hospitales? ¿Cuándo lo harán? ¿Será de aquí a agosto, al igual que el cronograma de entrega de los 2.000 ventiladores? ¿Y qué pasará con las demás camas? ¿No tendrán ventiladores? ¿Qué otro equipo técnico se necesita o solo con el ventilador y la cama ya es suficiente? ¿De dónde saldrá el personal médico que manejará las UCI? Las UCI no se manejan solas y Colombia tiene un déficit de población médica formada en cuidados intensivos. ¿No se hace necesario que Colombia siga el ejemplo de otros países cuyos gobiernos están interviniendo la salud privada?
Estas y otras preguntas son las que tendremos que hacerle al Gobierno en los próximos días. Desde ya, hay que rodear al personal médico y de enfermería que trabaja en la primera línea. Presionar al Gobierno para que les haga llegar el material de bioseguridad y les dé condiciones dignas de trabajo. Nuestro futuro está suspendido, de lo que hagamos en las próximas semanas depende que este se convierta en una imagen del país que hemos soñado.
Sara Tufano

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