“Esta es una sociedad que aceptó a los hombres que venían del conflicto como héroes y rechazó a las mujeres porque el rol de las mujeres no es el de la guerra ni el de la política”, dice una de las 15 mujeres excombatientes protagonistas del documental Mujeres no contadas (2005), de Ana Cristina Monroy, producción basada en la investigación del mismo nombre de Luz María Londoño y Yoana Fernanda Nieto.
Esa frase contiene una de las grandes paradojas de la reincorporación de las excombatientes, a saber: a pesar de que más de la tercera parte de las fuerzas guerrilleras de varios países estuviera compuesta por mujeres, esto no se reflejó en los procesos de construcción de paz. Después de la guerra, lugar que había sido de empoderamiento para algunas de ellas, las mujeres volvieron al ámbito privado del cual habían querido salir al empuñar las armas. Esta excelente investigación sobre los procesos de desmovilización y retorno a la vida civil de mujeres excombatientes entre 1990 y 2003 en Colombia explica por qué las voces de estas mujeres han sido casi siempre marginalizadas.
Cualquiera diría que la inclusión del enfoque de género en el Acuerdo de La Habana modificó esta situación; todo lo contrario, la hizo más explícita. No obstante los históricos avances, es con su regreso a la vida civil como las excombatientes empiezan a reflexionar sobre su participación en la guerra “como mujeres”; de hecho, muchas de ellas se vuelven feministas después de esta experiencia. En medio de la guerra es muy difícil reflexionar sobre ella porque la ideología de los grupos guerrilleros ata la “emancipación de la mujer” a la llegada de la “revolución”.
¿Por qué sus antiguos camaradas, como Otty Patiño o Gustavo Petro, no reivindican el papel de la mujer excombatiente cuando el M-19 fue una de las organizaciones que más tuvo mujeres en sus filas?
Un ejemplo de esto es un editorial de la revista del Comando Central del Eln divulgado por la cuenta de la Delegación de Paz en Twitter el pasado 8 de marzo: ‘La revolución será feminista o no será’ es el título del texto. En el último párrafo se habla de la “insurgencia” como un lugar donde “hombres y mujeres luchan mancomunadamente por la construcción de un nuevo mundo”, es decir, transmite esa visión idílica de la guerrilla como ese lugar de igualdad entre hombres y mujeres, cuando sabemos muy bien que, con el regreso a la vida civil, la “relativa igualdad” lograda en la guerra desaparece.
Así, cabe preguntarse: ¿dónde están las mujeres excombatientes en los diálogos con el Eln? En el equipo negociador del Eln, pero, como ya ha sido demostrado, las excombatientes adquieren una conciencia de género de manera tardía. Por otro lado, las mujeres del equipo negociador del Gobierno tienen todos los méritos para estar allí, pero ninguna es excombatiente. ¿Por qué hay un excombatiente del M-19 a la cabeza del equipo del Gobierno, pero no hay una mujer excombatiente feminista del M-19 en el equipo? ¿Dónde están las mujeres excombatientes del M-19? ¿Por qué sus antiguos camaradas, como Otty Patiño o Gustavo Petro, no reivindican el papel de la mujer excombatiente cuando el M-19 fue una de las organizaciones armadas que más tuvo mujeres en sus filas? ¿Dónde quedó la igualdad que tanto pregonaba esa organización?
Son vitales la participación y la mirada de mujeres excombatientes feministas del M-19 o de otras guerrillas en el actual proceso de paz con el Eln y en la construcción de la “Paz Total”. Eso permitiría empezar a generar el cambio cultural necesario para que las mujeres que regresen a la vida civil no sufran esa doble estigmatización, como excombatientes y como mujeres, característica propia de la reincorporación “en clave de género”. El silenciamiento de sus experiencias sigue siendo un obstáculo para su efectiva reincorporación en un país que sigue buscando la paz en medio de la guerra.
SARA TUFANO