¿Sin prensa libre quién podrá defendernos? Ni siquiera el Chapulín Colorado. La prensa está ligada a la democracia en una relación simbiótica: cada una se alimenta de la otra, la defiende, y a su vez tiene en ella su mejor defensor.
Con el crecimiento de las redes sociales, hay quienes las ven como una mejor opción. Lo que quieren en verdad es que defiendan sus intereses. Las noticias falsas (fake news) y las descabelladas teorías conspiratorias surgen y se difunden principalmente en las redes.
Algunas de las críticas a los ‘medios tradicionales’ (e incluyo en ellos a la prensa en todas sus variadas formas de expresión) pueden ser ciertas, pero esas críticas no hacen a los otros, los llamados ‘alternativos’, superiores. Es una falacia lógica pretender que las fallas de unos validan deficiencias garrafales de otros.
Hay dos eventos recientes que generan alertas. Uno, en Estados Unidos, fue la decisión de The Washington Post de no declarar su apoyo a ninguno de los candidatos a la presidencia. Una semana después la decisión ya había generado la renuncia de siete editores y una dura carta de protesta de 19 columnistas. Más de 200.000 suscriptores se retiraron, y el escándalo crece. Políticos notables acusaron a Bezos (el dueño) de actuar así para proteger los contratos que tendría Amazon (su gran empresa) en el gobierno de Trump (ya una realidad).
A primera vista parecería que la decisión es equilibrada; la llamaron 'neutral'. Pero la prensa no tiene la obligación de ser neutral; sí debe ser transparente. De hecho, la neutralidad en este caso no es creíble; es una toma de posición disimulada. Contradice una tradición de decenios del periódico que tuvo la valentía de adelantar la investigación que llevó a la renuncia de Nixon.
En una democracia real conviven naturalmente ideas diferentes y la multiplicidad de medios es bienvenida.
La buena prensa es ante todo transparente, lo que demuestra respeto por el lector. Es profesional (el periodismo no es un hobby), no es anónima, se somete a un estatuto ético, y les rinde cuentas a la sociedad y a la justicia si llega a transgredir normas o leyes. La buena prensa tiene clara la separación entre su deber informativo, cuyas virtudes son la verdad y la oportunidad, y el de opinión, que, aunque tiene un mayor grado de subjetividad, también exige coherencia y consistencia. La buena prensa suele abrir sus páginas de opinión a aportes con diversos puntos de vista, incluso los de funcionarios de los gobiernos que critica.
El otro hecho preocupante sucedió acá; es la acusación a Vicky Dávila por delitos gravísimos como 'interceptación ilícita' y 'traición a la patria', por investigaciones de la revista Semana basadas en filtraciones y grabaciones. Nada muy distinto a lo que hizo The Washington Post con los delitos que cometió el presidente Nixon. Esas acusaciones son inauditas y atentan contra la libertad de expresión. Resulta difícil creer que hayan generado acciones legales. Confío en la institucionalidad, y no dudo que pronto cesará cualquier proceso que se haya iniciado contra la periodista. Uno no tiene que estar de acuerdo con un periodista para reconocer que su derecho a investigar e informar garantiza nuestra libertad de pensar.
En una democracia real conviven naturalmente ideas diferentes y la multiplicidad de medios es bienvenida. Nos conviene que haya muchos y distintos para que se entablen discusiones y se ventilen polémicas. El síntoma más claro de un autoritarismo naciente es la criminalización de la prensa; el de un autoritarismo ya establecido es una prensa única y una opinión unánime.
Desde que existen, los medios han declarado transparentemente su visión de mundo. Nosotros podemos exigirles profesionalismo, rectitud, información verdadera y verificable (aunque duela) y opinión sensata. El lector inteligente y libre sabrá sacar conclusiones.
P. S. La campaña Trump impidió el ingreso a su celebración a los medios que la criticaron.