Es frustrante ver de qué manera la historia de violencia se repite día tras día en nuestro país. No salimos de lo mismo. Estamos viendo episodios a lo largo y ancho de Colombia y es muy difícil no llegar a sentir desesperanza sobre el futuro. Asesinatos, atentados, peleas y malos tratos por todas partes.
Siento que no hemos tocado fondo, sino que siempre hemos estado allí. Este sentir lo reafirmé cuando leí la reciente novela de Juan Gabriel Vásquez, dedicada a la artista colombiana Feliza Bursztyn. Allí me encontré con un fragmento demoledor. En un diálogo entre la protagonista y la crítica de arte Marta Traba, esta última habla sobre un episodio dramático de su vida. Ella había hecho unas duras críticas a un grupo de artistas en el proceso para seleccionar a quienes debían representar al país en la bienal de México. Traba seleccionó a varios artistas, entre ellos Fernando Botero y Alejandro Obregón, a otros los desestimó. Era su trabajo, pero ello desencadenó una serie de amenazas en su contra. Una noche recibió una llamada en la que un hombre le dijo vulgaridades y le advirtió que le iban a "marcar la cara".
Esa fue la historia que le contaba Marta Traba a Feliza, y que magistralmente desarrolló Juan Gabriel en su libro. Además, ese diálogo revela la naturaleza de los colombianos: "Qué locos, qué locos están todos. Qué gente enferma, te lo digo yo, es como para mandarlo todo a la mierda. Esto es barbarie, no tiene otro nombre. Aquí no hay ideas, no hay debate: hay violencia, violencia pura, violencia en todas partes. Nadie me ha hecho nada, Feliza, nadie me ha marcado la cara todavía, pero ya consiguieron que me callara: ya ganaron los violentos".
De ese diálogo ficcionado por Vásquez ya han pasado varias décadas. Y aquí estamos nuevamente reflexionando sobre la violencia, que nos sigue inundando el pensamiento. Lastimosamente, se siente que somos impotentes ante estos personajes que amedrentan la vida y la tranquilidad.
Duele todo lo que está pasando en cada rincón del país, pues diariamente está muriendo mucha gente por causa de esta constante y larga guerra. La gravedad de esos hechos nos hace perder de vista que la violencia está por todas partes, y parece como si los colombianos no pudiésemos tener otra manera para relacionarnos.
De nuevo estamos viendo esas ganas de destruirlo todo y han vuelto el espacio público el lugar de confrontación: rayando las paredes, tumbando los monumentos. ¡Ay de aquellos que se les opongan! Pregunto: ¿por qué ellos tienen la razón? ¿Por violentos?
Algunos solo queremos expresarnos y dejar algo valioso en la mente y en el corazón de las personas. Tenemos fe en que un país abierto a las expresiones de este tipo va a ofrecer más oportunidades para todos. Queriendo hacer arte, y algunos transmitiéndolo públicamente, pero ante todo respetando los códigos de convivencia, lo que no sucede, y no se hace cumplir, porque "ganan los violentos". Queremos hacer cultura, crear, construir y lo podemos hacer respetando la ciudad, aquella que es de todos y no de los que creen que les pertenece, apelando al derecho y libertad de expresión, sin tener en cuenta el deber y el respeto de lo público.
¿Cuándo podremos canalizar todas nuestras fuerzas y entusiasmo en algo realmente constructivo y creativo, haciendo que participemos de la tranquilidad de vivir en comunidad? Eso no será posible si seguimos pensando que la única forma de imponernos es eliminando al oponente o agrediéndolo. Hay que cultivar las ideas, hay que crear y hacerlo civilizadamente. Ese es el anhelo, y el de muchos colombianos. Feliza, al igual que muchos más, al ser víctima de la violencia, se exilió y murió en París.
Es necesario que lleguemos a un acuerdo. No puede ser que vayamos hacia un nuevo ciclo de violencia. Abandonemos las formas burdas, bárbaras y azuzadas por quienes deben dar ejemplo. Construir es una oportunidad para todos. Que sea nuestro deseo para el 2025.