En una reunión reciente sobre equidad de género a nivel global, la primera pregunta para analizar avances sistémicos y reales en las relaciones de poder entre hombres y mujeres fue: ¿quién diseña los algoritmos? ¿Eso qué implica? ¿En realidad las mujeres estamos afuera o dentro de los sistemas? ¿Somos objetos y/o sujetos? ¿Cuál es la tarea de aquí en adelante? Creo que contamos con evidencia suficiente de que tenemos problemas profundos en los cálculos que estamos haciendo para llegar a soluciones que en realidad cada vez hacen más complejos los problemas. Por ejemplo, sabemos los efectos desproporcionados del covid en las mujeres en temas como salud y empleo, pero todavía seguimos sin consensuar nuevos contratos sociales de este mundo que cambió.
La mayoría de los sistemas han sido pensados y diseñados por hombres. Si bien hay avances, las desigualdades entre hombres y mujeres siguen siendo amplias, y en algunos casos abismales, cuando se agrega una mirada interseccional con variables como raza, condiciones socioeconómicas, condiciones especiales o capacidades diferentes y orientación sexual. Hace una semana fue noticia global la postulación de una mujer negra como magistrada en la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos, lo cual conduce a otra pregunta clave: ¿quién istra la justicia? Ahí nos percatamos con mayor vehemencia de lo lejos que estamos para pasar de la excepcionalidad a la normalidad.
Rebecca Solnit, en ese libro maravilloso ‘Los hombres me explican cosas’, lo resume así: “Los hombres me explican cosas, a mí y a otras mujeres, independientemente de que sepan o no de qué están hablando. Es la arrogancia lo que lo hace difícil”. La voz propia, la autorreferencia, es fundamental en el diseño y desarrollo de las cosas para el balance de nuestra sociedad. Este no existe cuando la mayoría de –por no decir todos– nuestros sistemas han sido manejados y diseñados por hombres. Bell Hooks, otra escritora fantástica, que falleció hace poco, analiza las distorsiones de una sociedad patriarcal: “El patriarcado, como todo sistema de dominación (por ejemplo, el racismo), depende de establecer que en todas las relaciones humanas hay un inferior y un superior; una persona es fuerte y la otra, débil. Por tanto, es normal que los ‘poderosos’ rijan y gobiernen a los ‘sin poder’. Para aquellos que apoyan un pensamiento patriarcal, mantener el poder y el control es aceptable bajo cualquier medio o circunstancia”. En mi opinión, las guerras que vivimos hablan por sí solas.
Muchas siguen siendo las primeras y las únicas, pues la segunda o tercera generación de mujeres en el poder, en general, llega décadas después, a no ser que se hayan aprobado acciones afirmativas
Desde la perspectiva del ejercicio del poder, falta re-escribir esas historias siempre “a la sombra de”. En materia de derechos, se cuentan por décadas y aún no completamos el siglo. El derecho al voto de las mujeres en Colombia se aprobó en 1954, pero su ejercicio efectivo se produjo unos años después. Incluso hoy se recuerda a la primera rectora de una universidad, a la primera CEO, etc. Muchas siguen siendo las primeras y las únicas, pues la segunda o tercera generación de mujeres en el poder, en general, llega décadas después, a no ser que se hayan aprobado acciones afirmativas.
Volviendo a la pregunta de los algoritmos, esta nos planteó la necesidad de pensar cada vez más en otros modelos, posibilidades y liderazgos, que se ayuden y nos ayuden a reiniciarnos y reprogramarnos desde algoritmos distintos, de manera que la respuesta casi automática al ¿quién? deje de hacer referencia siempre a un ‘él’ e integre un ‘ellas’. Mi homenaje a tantas mujeres visibles que lejos o a pesar de los algoritmos integran nuevas lógicas de vida y servicio desde y para sus comunidades. Hay tantos nombres: Marta Elena Bravo o María Roa en Antioquia; procesos como la Red de Mujeres Afroamazónicas, Chocomueig en Guapi, etc.
PAULA MORENO