El suicidio de la residente de cirugía de la Universidad Javeriana, la doctora Catalina Gutiérrez, tras haber dejado una carta despidiéndose –“ustedes sí pueden”–, hizo estremecer al gremio médico y a la sociedad en general, obligándonos a hacer una necesaria introspección sobre las consecuencias de los entornos naturalizados de maltrato.
En su memoria, no pocos médicos y médicas rompieron su silencio y contaron terribles casos de abuso de poder, un mal incrustado en esa estructura piramidal en la que el más grande cree que puede pisotear al que está debajo y que se ha prestado para violencias de todo tipo, incluso de género.
Algunas internas y residentes han sido –y son– acosadas por sus superiores con insinuaciones y comentarios sexuales. Otras son agredidas. Una de ellas denunció que estaba lista para operar y uno de sus colegas, por encima del uniforme, le desabrochó el brasier, sabiendo que no podía volver a ajustárselo hasta finalizar el procedimiento. Una ofensa habitual en las salas de cirugía, pese a las quejas de las doctoras para que pare, para que se las respete.
Pero además, en un ambiente tan masculinizado, como ellas mismas lo reconocen, sufren discriminaciones basadas en género. “No confiamos en las cirujanas de uretra corta”, “¿por qué tan arreglada, le gustó el cirujano?”, “¿por qué de mal genio, está en sus días?”, “aquí no se incapacitan por cólico” son algunos de los comentarios que tienen que escuchar desde que pisan el hospital.
En medio de esta hostilidad y de una competencia en la que tienen un tramo de desventaja por la violencia sexista que reciben, ellas se ven forzadas a demostrar de más.
En medio de esta hostilidad y de una competencia en la que tienen un tramo de desventaja por la violencia sexista que reciben, ellas se ven forzadas a demostrar de más. A sacrificar necesidades como las licencias menstruales o maternas, poniendo en un segundo plano su género y por encima sus capacidades médicas, cuando ambos aspectos deberían estar en el mismo escalón.
Esto las empuja a un límite peligroso. Los médicos tienen la tasa más alta de suicidio de cualquier profesión. Y, según contó el psiquiatra Ariel Alarcón a ‘Los informantes’, los médicos hombres tienen 40 % más de riesgo, mientras que las médicas un 120 % más de probabilidades de quitarse la vida.
Que este doloroso episodio sacuda a las facultades de medicina para tomar correctivos a fin de proteger la salud mental de sus estudiantes, internos, internas y residentes, aplicando un enfoque de género para que, además del abuso de poder, las blinden de cualquier tipo de machismo que las haga sentirse inferiores. Para que ellas también puedan.
SARA VALENTINA QUEVEDO DELGADO