Ser optimista en estos días es un acto revolucionario. Las malas noticias llegan de todas partes. A dondequiera que uno vaya hay una sensación de desesperanza y, sobre todo, de incertidumbre. Estamos envueltos en una niebla donde la verdad, la justicia y la empatía han sido reemplazados por el ruido del poder y los intereses de unos pocos.
La situación actual tiene mucho del mundo dibujado por José Saramago en su libro Ensayo sobre la ceguera, publicado en 1995, pocos años antes de que le dieran el Premio Nobel de Literatura. Una epidemia de ceguera ataca a la sociedad y la sume en una niebla blanca y espesa, "como si, con los ojos abiertos, se encontraran sumergidos en un mar lechoso". Las autoridades encierran a los ciegos en un hospital psiquiátrico, un espacio donde se manifiesta lo peor de cada uno de ellos: se vuelven egoístas, desconfiados, violentos. Solo un personaje, la mujer del médico ciego, puede ver. Es ella quien logra mantener una relativa armonía. A través de ella Saramago nos muestra la capacidad de lucha y liderazgo de algunas personas.
Quienes sí pueden ver, no siempre ayudan a los demás a abrir los ojos; algunos se vuelven cómplices de la ceguera colectiva.
Mientras tanto, quienes están afuera y ostentan el poder, aunque no han perdido la vista, sufren de una ceguera más profunda: la moral. Y en esa situación de crisis, reconfiguran las normas para beneficio propio, dejando a los ciegos indefensos. Esto no está muy lejos de lo que ocurre en el mundo actualmente, donde quienes controlan el poder moldean el discurso a su conveniencia, justificando decisiones arbitrarias con relatos nacionalistas. El miedo (a los inmigrantes, a la delincuencia, a otros estados, al otro), se convierte en la herramienta más eficaz para darle vía a sus políticas y perpetuar su dominio.
Quienes sí pueden ver, no siempre ayudan a los demás a abrir los ojos; algunos se vuelven cómplices de la ceguera colectiva. La mujer del médico simboliza la lucidez, entendida como un acto de compromiso. Si ella es la única que puede ver, no puede limitarse a observar sin hacer nada; tiene la responsabilidad de guiar a los otros, porque, desde la perspectiva de Saramago, ver no es un privilegio, sino una obligación. Y así como la ceguera puede ser contagiosa, también lo puede ser la claridad. Sin embargo, hay quienes, aun teniendo la capacidad de ver, eligen no hacerlo. Como dice uno de los protagonistas: "Creo que no nos quedamos ciegos, Creo que estamos ciegos, Ciegos que ven, Ciegos que, viendo, no ven." (La puntuación es de Saramago).