Si la militancia en el petrismo fuera un fármaco, debería venir con una advertencia: “Atención: puede producir alucinaciones y disociación de la realidad”. De otro modo no se explica que haya quienes digan que el presidente Petro ganó el primer asalto de su pelea con Donald Trump.
“En la verdadera noche oscura del alma siempre son las tres de la madrugada”, escribió famosamente F. Scott Fitzgerald. Fue alrededor de esa hora cuando, el domingo pasado, al Presidente se le dio por rechazar dos vuelos previamente autorizados con colombianos deportados de Estados Unidos. Vino entonces una crisis diplomática salpimentada con amenazas de aranceles a las exportaciones de lado y lado.
Y sí: resuelto el 'ime', llegaron tres vuelos de connacionales sin esposas ni cadenas, como exigía –acertadamente– nuestro mandatario. Pero esos eran aviones colombianos, bajo reglas colombianas y pagados con impuestos colombianos, como señaló con sorna el presidente de la Cámara de Representantes de EE. UU. Cuando aterrizó el cuarto avión, fletado por el Tío Sam, los repatriados venían esposados de nuevo.
En resumen, dimos un rodeo de tres o cuatro días para volver al punto de partida. Para eso pusimos en riesgo las relaciones con el principal socio comercial del país: millones de dólares, miles de empleos, toneladas de flores, crudo, café, etc. También se iban embolatando las visas de los funcionarios del Gobierno, que a lo mejor pesaron más que los factores económicos en la reculada.
En otras palabras: tanta bulla para que al final el mono se saliera con la suya. Qué “dignidad” ni qué ocho cuartos. Y ni siquiera volvimos realmente al ‘statu quo’ anterior, ya que las relaciones con el Tío Donald quedaron de un hilo. Ponemos mala cara y nos vuelven a apretar.
Dimos un rodeo de tres o cuatro días para volver al punto de partida. Para eso pusimos en riesgo las relaciones con el principal socio comercial del país: millones de dólares, miles de empleos, toneladas de flores, crudo, café, etc.
Ahora bien, en la otra orilla, la de la oposición, el sectarismo también altera la percepción de las cosas. Aplauden el tatequieto que le pegaron al Gobierno desde la miopía de que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Pero no hay nada que celebrar. En el largo plazo esto no le conviene a nadie, solo a Trump. Nos puso encima una espada de Damocles: o hacemos lo que él diga o nos arriesgamos a una guerra arancelaria que a nosotros nos revienta y a EE. UU. no le hace ni cosquillas.
Si hasta hace 15 días Washington reservaba sus sanciones –a menudo selectivas e hipócritas– para Estados violatorios de derechos humanos o de principios democráticos, como Cuba, Venezuela e Irán, estas ahora serán aplicadas de manera arbitraria contra cualquier país que no acepte las condiciones neoimperiales de la doctrina MAGA.
Puede que los caprichos de Trump se alineen con las posturas de la oposición colombiana por un tiempo, pero tarde o temprano nos hará exigencias contrarias al interés nacional. Y no habrá instancias a las que acudir. “Primero vinieron por los petristas, y guardé silencio porque no era petrista...”.
¿Negocios con empresas chinas? Eso está mal visto en el patio trasero de EE. UU. ¿Insistir en la despenalización de las drogas, para detener el desangre en nuestro país? A Mr. Trump no le gustaría eso.
Incluso el TLC no nos garantiza nada, ya que el volátil inquilino de la Casa Blanca puede exigir modificarlo en cualquier momento. ¿Cómo planear inversiones importantes de comercio exterior bajo esa incertidumbre?
Y las condiciones están dadas para que el conflicto escale nuevamente. Trump necesita un ‘sparring’ para mostrarle al mundo que sus amenazas van en serio. A Petro le conviene un enemigo poderoso para subir el tono, posar de héroe y azuzar a sus bases de cara a las presidenciales. Nada más útil para movilizar a la izquierda que el viejo y confiable antiyanquismo patriotero.
El monte está lleno de hojas secas y me temo que nos pondremos a jugar con cerillas.
THIERRY WAYS
En X: @tways