Estuve un par de días en el Hay Festival de Cartagena, un poco abrumado por la cantidad y diversidad de actividades en todos los ámbitos de la cultura. Había que resignarse (como si fuera la vida) a escoger unas, muy pocas, experiencias. En medio de la fiesta, recibí (no sé por qué) un tuit que decía, palabras más, palabras menos: “El Hay Festival es un evento lleno de hombres blancos, ricos y viejos”. No sé qué me molestó más, si el evidente deleite con el que se escribió el tuit o la avalancha de comentarios de respaldo. Los dos evidencian una tendencia tremendamente negativa que se ha puesto de moda.
La afirmación, para empezar, no es cierta. No sé si yo me emboqué solo en escenarios especiales (confieso que no asisto casi nunca a los eventos sociales), pero me parece, sin haberlos contado, que había un número muy parecido de hombres y mujeres, bastantes jóvenes (incluso hubo un Hay Joven), algunas sesiones gratuitas y otras con costo, pero menor que el de un partido de fútbol o un concierto de rock. Respecto a la raza, me dio la impresión de que predominaba el mix colombiano: de todos los colores.
El programa, por otro lado, fue un verdadero festival de la diversidad. Cinco premios Nobel: la filipina luchadora por los derechos femeninos María Ressa y la ucraniana Oleksandra Matviichuk, las dos premio de paz; el economista Joseph Stiglitz, de reconocida heterodoxia; el novelista tanzano Abdulrazak Gurnah, maestro en la descripción del colonialismo y de la vida del refugiado, y el físico francés Serge Haroche, nacido en el seno de la antigua comunidad judía de Casablanca. Sus estudios muy básicos sobre la naturaleza del fotón transformaron nuestra comprensión de la luz. En su charla y entrevistas defendió y argumentó la importancia de la universalidad de la ciencia. Para confirmar la diversidad de opiniones del festival, en una de mis conversaciones discutí con un profesor y autor que afirma que la ciencia es un instrumento de poder y opresión.
La ‘moda’ que se perfila fragmenta esa condición de de la especie en una cantidad de identidades y subidentidades que deben, cada una, emprender su propia lucha.
Imposible mencionar a todos los participantes, pero si alguien quedó con dudas vale la pena que mire el programa; un gran número de mujeres brillantes, escritoras, pensadoras y artistas, hombres jóvenes y viejos de diversas nacionalidades y orígenes. Yo tuve que interactuar algo con el equipo de dirección, y este estaba en forma mayoritaria, si no total, compuesto por mujeres.
Volviendo al tuit, imaginemos que algún tuitero hubiera dicho, de otro encuentro, que estaba ‘lleno de mujeres negras, y pobres’. Creo que la reacción en contra hubiera sido de rechazo (con toda la razón) y tal vez le hubieran cerrado la cuenta. Entonces me pregunto: ¿qué hace aceptable y hasta ‘simpático’ el primer tuit e inaceptable el segundo? Los dos son idénticamente racistas, sexistas y clasistas.
La lucha de la humanidad desde la Ilustración llevó a la Declaración Universal de Derechos Humanos, que defiende la igualdad independientemente de cualquier matiz de grupo. El único, y contundente, motivo para reclamar igualdad y dignidad es la pertenencia a la especie humana. La ‘moda’ que se perfila fragmenta esa condición de de la especie en una cantidad de identidades y subidentidades que deben, cada una, emprender su propia lucha resaltando cualidades propias y contrastándolas con defectos de los otros.
Esas identidades se organizan en un nuevo sistema de castas, ordenadas en una escala que depende de los ‘privilegios’ que poseen y de las ‘opresiones’ que sufren. Es una moda iliberal y retardataria que augura conflictos.
John Rawls afirmaba, en su Teoría de la justicia, que una sociedad verdaderamente justa será aquella en la que la gente se sienta igual de feliz en cualquier grupo de identidad. Parece que nos alejamos de esa utopía liberal.
MOISÉS WASSERMAN