irable la resistencia del pueblo ucraniano ante la agresión rusa. Qué buen ejemplo ha dado el presidente Zelenski para unir a su país y liderar una lucha llena de coraje y sacrificio. El acopio de botellas en las esquinas de los barrios para preparar cocteles molotov y así enfrentar la abrumadora artillería rusa es una imagen que habla por sí sola.
Mucho me temo que las consecuencias de esta guerra van a ser muy negativas para nosotros. No faltará quien diga que los altos precios del petróleo nos benefician, pero la realidad es mucho más compleja. Rusia es un gran productor no solo de hidrocarburos, sino también de alimentos y minerales. No hay cómo impedir que las sanciones económicas afecten los precios de productos, como los granos, fertilizantes y el propio petróleo –que le pegan directo al bolsillo de los consumidores–. Mejor dicho: si ya había presiones inflacionarias antes de la invasión, ahora se redoblarán.
Al mismo tiempo, los inversionistas preferirán activos seguros, como el dólar y el oro. Mayor inflación y menor apetito por nuestros papeles dejan al Banco de la República sin opción diferente a incrementar las tasas de interés.
Si a esto se le suma una eventual desaceleración de la economía global –en la medida en que las sanciones se mantengan por un buen tiempo, como es previsible–, la reactivación poscovid en 2021 será un caso de euforia efímera, más que la semilla de un crecimiento duradero.
Heredar un problema fiscal tan grave le dará a Petro los argumentos para nacionalizar sectores como la salud, las pensiones y la infraestructura.
Hay un riesgo adicional del que se habla poco en el país, pero es bueno que la opinión pública –y en especial los candidatos presidenciales– lo ponga en el radar. Como es apenas natural, en los mercados internacionales los precios de la gasolina y el AM han subido de la mano de los precios del petróleo. No ha sido así en Colombia, donde el precio por galón se ha mantenido estable. Si los colombianos estuviéramos pagando los precios internacionales, el galón de gasolina estaría 5.000 pesos más caro y el de AM en más de 7.000.
Como Ecopetrol en todo caso recibe el precio internacional, alguien tiene que pagar la diferencia. Hasta ahora ese alguien han sido las generaciones futuras, pues el faltante se paga emitiendo TES. Dados los niveles actuales de consumo de combustibles, este subsidio puede representar 25 billones de pesos en 2022 –una cifra con la que se podría erradicar la pobreza en Colombia–.
Mejor dicho: en el panorama económico colombiano hay otro coctel molotov. Haría bien el gobierno del presidente Duque en desactivarlo antes de dejar la Casa de Nariño. Ecopetrol puede ofrecer parte de la solución decretando un dividendo extraordinario, con el fin de comenzar a tapar este gigantesco hueco.
La encuesta realizada por Invamer y difundida ayer le da una clara ventaja a Gustavo Petro sobre los demás candidatos presidenciales. Heredar un problema fiscal tan grave le dará a Petro los argumentos para nacionalizar sectores como la salud, las pensiones y la infraestructura –tal y como lo menciona con cierta ambigüedad en sus discursos–.
Por eso hay que actuar ya para evitar que el desbarajuste fiscal se convierta en el prólogo de cosas peores.
Cuando el presidente Zelenski se posesionó, les dijo a los funcionarios que quitaran su foto y pusieran las de sus hijos y pensaran en ellos cada vez que tomaran una decisión. Es hora de que hagamos lo mismo en las oficinas publicas en Colombia.
El cambio climático es otra buena razón para resolver el problema de los elevados subsidios a los combustibles. Nada gana Colombia al sacar pecho en las cumbres internacionales ofreciendo grandes reducciones en emisiones de carbono si, en la práctica, las estimula.
MAURICIO CÁRDENAS SANTAMARÍA