Me confieso avergonzada con quienes aman los mariachis. Creía que eran unos gocetas parranderos que, copa de tequila en mano, borrachos, cantaban horrendo a todo volumen lo que iban escuchando. Qué prejuicio tan equivocado. Necesité de la obra de teatro musical Chavela siempre Vargas para darme cuenta de que estos cantos populares mexicanos no solo son música y armonía en toda la extensión de la palabra, sino también poesía. Pertenecen entonces tanto al pueblo como al arte.
En cuanto al origen de la palabra, hay versiones distintas. La derivada del francés mariage (‘boda’), la música de fiesta para celebrar esas uniones, desde la época de la invasión sa en 1838. Otros hablan de María unida al vocablo de la lengua cocula shi, como cantos a la Virgen en las fiestas patronales. En sus primeras representaciones, así se llamaba el tablado donde se colocaban los bailarines y los músicos. Es símbolo de la identidad mexicana y herencia del mestizaje. Sus intérpretes son emblemas mexicanos por excelencia en el mundo. Llevan indumentaria de gala, vestidos de blanco hasta el sombrero. Con sus cuerdas, el violín como principal, y vientos, les cantan al amor, a la tierra, a la mujer. Sus cantos datan del siglo XVI y se consolidaron en la primera mitad del siglo XX. Se bailan se escuchan y son patrimonio cultural inmaterial de la humanidad declarado por la Unesco.
Emocionante para la audiencia fue la sorpresa que con tan buena calidad artística dio el elenco escogido para celebrar la vida de esa ave fénix, Chavela Vargas, que resurgió de sus cenizas después de haberse destruido como persona y como artista a punta de alcohol, penas de amor y soledad. A los 72 años, después de quince de acallar su talento y de haberse enfrentado como lesbiana que fue a una sociedad machista para imponer su autenticidad, volvió al escenario. Cantó con su peculiar y única manera de interpretar, raspando sus cuerdas vocales, hasta el final de sus días, después de haber cumplido los 90.
El teatro musical y la ópera son artes muy propicias para representar en escena a los héroes y heroínas bien del mito, de la imaginación de los literatos, o de la vida real.
El teatro musical y la ópera son artes muy propicias para representar en escena a los héroes y heroínas bien del mito, de la imaginación de los literatos, o de la vida real. La vida, el talento y el destino de la cantante popular Chavela Vargas dan para ello.
Buena solución argumental la de presentarla en la minimalista escena, en la infancia, la juventud y la vida adulta, para mostrar no solo a la cantante, sino a sus afectos profundos con sus grandes amigos José Alfredo Jiménez y Pedro Almodóvar.
Muy buen reparto, liderado por Carmenza Gómez en su convincente personaje. Qué disciplina la de esta actriz para aproximarse a la compleja interpretación vocal exigida.
Bella de figura, voz y actuación Adriana Bottina, la Chavela joven. Ana Sofía González, la niña, con voz prometedora. Ágil la doble interpretación de Ramsés Ramos en el papel de los amigos adorados por Chavela.
Un trío de guitarras y percusión con excelentes músicos y un grupo de mariachi contemporáneo que hizo la parte coral interpretaron los arreglos de la conocida directora musical Josefina Severino. El cuerpo de baile con coreografía de Jimmy Rangel armonizó de manera impecable dentro del libreto de Víctor Vázquez, que encadenó canto y actuación con una línea dramática que emocionaba hasta las lágrimas. Cálidos aplausos, más que merecidos.
Chavela siempre Vargas, una producción que fortalece en Colombia el arte del teatro musical. Misi fue significativa promotora. Hoy con Manuel José Álvarez, director general y artístico de esta propuesta, de larga trayectoria en cine, televisión y teatro, pues la esperanza de llegar a lenguajes de competencia internacional es mucho más clara.
MARTHA SENN