Hace rato que Piedad Córdoba dejó de ser una “mujer polémica”. Hace rato que dejó de ser una “política berraca”. Quién sabe, a estas alturas, si algún día lo fue. Su pasado, pero sobre todo su presente merecen ser examinados por la justicia, y si no, por lo menos ventilados públicamente por los colombianos.
No puede ser que la señora Córdoba la siga sacando tan barata a pesar de haberla embarrado tanto. No puede ser que no se hable de ella en voz alta para recriminar lo que ha hecho. No puede ser que se vaya a posesionar el próximo 20 de julio como congresista después de tantas cosas que se han comenzado a saber y del desafío permanente que le plantea a la legalidad, sin que nada pase, sin que, por lo menos, reciba una sanción social. No puede ser que su partido no asuma la responsabilidad de haberla incluido en una lista para el Congreso y se conforme simplemente con hacerla a un lado por un rato, cuando debería pronunciarse de fondo sobre su idoneidad moral.
Desconozco si algún día la condenarán por los delitos que pudo haber cometido y que la tienen con varias investigaciones encima. Me da la impresión de que, salvo por la valiente magistrada Cristina Lombana, a nadie más en nuestros altos tribunales le interesa que los procesos contra la señora Córdoba se muevan. Lo mismo cuando la justicia decidió desconocer los elementos probatorios que contenía el computador de ‘Raúl Reyes’ y que la incriminaban, como ahora cuando los testimonios de Ingrid Betancourt y un exasesor de nombre Andrés Vásquez parecen no haber resultado suficientes para darles celeridad a las investigaciones.
Ingrid no duda en llamar a Piedad “tramitadora de secuestros” y cuenta con entendible dolor que la señora Córdoba nunca pensó en la paz, sino en sus propios intereses. Vásquez, por su parte, le dijo a la justicia colombiana que Piedad se aprovechaba de su cercanía con Hugo Chávez para convencer entre 2007 y 2008 a las Farc de dilatar varios secuestros en Colombia. Y no paró ahí. El 15 de febrero de este año suministró documentos que darían cuenta de las comisiones de éxito que Córdoba recibía por procesar recuperaciones de cartera de la mano del hoy extraditado Álex Saab. Junto con el testimonio judicial de Vásquez, está el testimonio periodístico de Gerardo Reyes, que en el libro sobre Saab detalla la participación que Piedad Córdoba tuvo en el entramado corrupto del régimen chavista.
Por si fuera poco, la futura y flamante nueva congresista es indagada por captación masiva y habitual de dinero, junto con varios familiares más.
Y no se trata de que la señora Córdoba sea de izquierda, mujer o afro. Sus faltas morales nada tienen que ver con su origen o su color de piel, que con frecuencia invoca como escudo frente a sus impúdicas actuaciones. Tampoco se trata de una persecución sistemática de todos los sistemas judiciales del mundo, como ha llegado a plantear. Ni la magistrada Lombana, de nuestra Corte Suprema, ni la Fiscalía General ni ahora la justicia hondureña –que le abrió un proceso por lavado de activos– están investigando sus actuaciones por simple capricho. Cuando creíamos que ya lo habíamos visto todo, apareció, de nuevo, la inefable Piedad en el aeropuerto de Tegucigalpa con 68.000 dólares en efectivo cuyo origen y justificación aún siguen sin esclarecerse, habiendo cambiado por lo menos tres veces de versión a la hora de explicar de dónde venía la plata y, sobre todo, para dónde iba.
No es presentable que una señora con tantos señalamientos pueda andar por la vida sin que nada le pase, sin que nadie le reproche sus comportamientos, sin recibir, insisto, un mínimo de sanción social.
José Manuel Acevedo M.