Reconocimiento al gran maestro Antanas Mockus, que hizo de la política publica un gran ejercicio de cultura ciudadana con transparencia, conocimiento y excelentes resultados. En materia de seguridad, con una mirada integral, desde la prevención hasta el uso legítimo de las fuerza, contribuyó a la reducción de los homicidios, de las muertes en accidentes de tránsito y de las lesiones personales, a través de la aplicación estricta de la ley, atención de la violencia en contra de las mujeres, niños y niñas, mediación de conflictos, desarme, respeto a las normas de tránsito (cebras), control de conductores embriagados, cinturón de seguridad, casco en los motociclistas, restricción de la venta y el uso de pólvora; todo esto sin contar la cultura tributaria, el ahorro de agua y un largo etcétera.
Hoy, sin Mockus al frente de los programas de cultura ciudadana, pareciera que las acciones no dan resultados y aunque no es así, sí se requiere del liderazgo de quien gobierna, como lo hizo él, para lograr cambiar comportamientos ciudadanos que afectan la convivencia y la seguridad. Hay que reconocer que cultura ciudadana es más que mimos y/o actores regulando comportamientos ciudadanos en el espacio público, es persuasión, formación y aplicación estricta de la ley; es zanahoria y garrote al mismo tiempo.
En la práctica, cultura ciudadana debe involucrar en el mismo instante y espacio los tres sistemas regulatorios (moral, cultura y ley), como se hizo, por ejemplo, con el respeto de las cebras. El mimo representaba la moral que le indicaba al conductor, que invadía la cebra, que se devolviera para permitir el cruce peatonal. Los ciudadanos, que representaban la cultura, al ver que el conductor no acataba la indicación del mimo, lo sancionaban con palabras y señales de desaprobación. Si moral y cultura no lograban su objetivo, aparecía el policía de tránsito e imponía el comparendo, aplicaba la ley sin dilación.
Hoy, en el caso de los colados en los sistemas de transporte público en las principales ciudades del país, se podría hacer lo mismo, comenzando con las estaciones menos complicadas, para ganar confianza, donde debe actuar la moral, representada en los actores o mimos que con su acción invitan a los ciudadanos a comportarse bien y en llamar la atención de quienes, en ese instante, se están colando. Seguramente, como ha avanzado este problema, en este caso los ciudadanos van a apoyar muy poco la acción de los reguladores morales. Pero si la moral y la sanción cultural de los ciudadanos no funcionan, aparece el policía que impone el comparendo sin ningún tipo de negociación.
Si moral y cultura no lograban su objetivo, aparecía el policía de tránsito e imponía el comparendo, aplicaba la ley sin dilación.
Frente a ciudadanos a los que poco les importa si se les imponen comparendos, porque no los van a pagar, se pueden llevar al Centro de Traslado por Protección y allí impartirles cursos o charlas sobre las normas de convivencia durante tres o seis horas. En el caso de los menores de edad, habría que llevarlos a una comisaría de familia y llamar a los padres, quienes junto con el menor asistirán a una serie de charlas. Esta acción disuadiría a muchos de ellos para repetir ese comportamiento, por la multa y por el tiempo que tuvieron que dedicar en las charlas y cursos.
Para tener resultados importantes, estas acciones tienen que ejecutarse de manera continua durante varios meses para ir recuperando estación tras estación, comenzando por las estaciones menos problemáticas. De esta acción deben hacer parte cultura, empresas de transporte, seguridad, Policía, comisarías de familia, inspectores de policía, personería y Defensoría del Pueblo para garantizar el respeto de los DD. HH.
Estas acciones no solo pueden reducir el grave problema de los colados, sino que garantizan la seguridad de los s, en particular su vida. En Bogotá, en medio de intentos por colarse, desde 2018, han muerto atropelladas 23 personas y han sido lesionadas 112. Vidas sagradas que desaparecieron o quedaron gravemente lesionadas.
HUGO ACERO VELÁSQUEZ