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La Navidad sirve para recibir

Más que una cuestión de creencia, por cierto, es una cuestión de acción, de práctica.

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Se dice que es mejor dar que recibir. Pero nunca podremos esperar superar lo que nos fue dado en aquella primera Navidad, hace tantos años. Para apreciar la inmensidad de ese regalo debemos primero comprender el contexto en el que fue dado, sobre el cual aprendemos en el Antiguo Testamento, pero sobre el cual la teoría antropológica moderna puede arrojar aún más luz.
(También le puede interesar: Hamás, ¿resistencia? ¡Jamás!)
En Génesis aprendemos sobre nuestra caída y sobre nuestra llegada a la conciencia, a la autoconciencia. Pero nuestra autoconciencia tiene sus límites. Algo que nos resulta muy difícil de ver es que a menudo somos nosotros mismos el punto de inicio de nuestros problemas. Culpamos a los demás, como se culpa a la serpiente, como Adán culpa a Eva, como Caín culpa a Abel.
Desafortunadamente, está en nuestra naturaleza, en la naturaleza del ser humano, con libertad de elección, caer en imitar a los demás, no solo en su rapidez para culpar a los demás, sino también, y más especialmente, en sus deseos. Imitamos comportamientos; queremos lo que otros desean y lo que imaginamos que otros poseen. No actuamos autónomamente; no contamos nuestras propias bendiciones.
Los diez mandamientos, tan importantes que aparecen dos veces en la Biblia, nos advierten de no desear lo que otros desean, lo que imaginamos que tienen. En Éxodo: “No codiciarás la casa de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno ni nada que sea de tu prójimo. Y, nuevamente, en Deuteronomio: “No codiciarás la mujer de tu prójimo; y no desearás la casa de tu prójimo, ni su campo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno ni cosa alguna que sea de tu prójimo”.
Seguramente es bastante imposible ser exactamente como Cristo, pero el modelo está ahí, regalado a nosotros, como una guía eterna.
Estas son lecciones difíciles de aprender y poner en práctica. Y no está claro si todavía los hemos aprendido adecuadamente. Por cierto, las practicamos mal. Esto es lo que nos lleva a contemplar el regalo de Navidad. Navidad significa nacimiento. ¿El nacimiento de quién? La palabra inglesa Christmas apunta directamente a la respuesta. Deriva del latín Cristes mæsse, la misa de Cristo. Cristo, por supuesto, es el regalo que se nos hace, que Dios nos entregó, en aquella primera Navidad que recordamos especialmente cada año en estas fechas.
Y vaya regalo que fue y sigue siendo. Porque Cristo nos enseñó el amor radical y el perdón, no solo hacia los demás, sino también hacia nosotros mismos, en la medida en que se concede mediante el reconocimiento de nuestro extravío y nuestra sincera intención de vivir mejor. Y es aquí donde el regalo revela su verdadera magnitud.
Porque Cristo nos ofrece un modelo para vivir. Lento, casi imposible, enfadarse; rechazar –y esto es absolutamente crucial– la violencia; practicar el amor, la compasión y el perdón sin límites. Seguramente es bastante imposible ser exactamente como Cristo, pero el modelo está ahí, regalado a nosotros, como una guía eterna.
Cristo abrazó al otro, al pecador, extendió la comunidad humana, entendida como categoría ética, a todos, incluso al prójimo odiado como en la historia del buen samaritano. Nos enseñó a contar nuestras bendiciones y apreciarlas, y a no compararnos con los demás como en el hijo pródigo. Nos enseñó a apuntar siempre más alto, hacia Dios, incluso si otros fallaban.
Cristo trajo redención y nueva vida, y el reconocimiento de su carácter divino esencial, a los despreciados y olvidados, a los marginados, encontrándolos donde estaban. Como resultado, fueron cambiados, transformados, mientras que Cristo mismo permaneció firme, verdadero, inmutable, porque él fue el modelo, el ejemplo, el regalo que podemos recibir . . . si no somos demasiados orgullosos para hacerlo.
El regalo está ahí. Está ahí para ser reclamado, para ser recibido, todos los días. ¿Nos atrevemos a recibirlo? ¿Estamos a la altura? Recibir tal regalo es una tremenda responsabilidad. Aceptarlo significa aceptar el cambio. Más que una cuestión de creencia, por cierto, es una cuestión de acción, de práctica. Se trata de, por tonto que parezca, intentar ser como Cristo, tratar de modelarnos a él, de hacer la voluntad de Dios en la tierra, poniendo en el centro el amor y la compasión, comprometiéndonos a hacer lo correcto. Si otros hacen lo mismo o no, eso depende de ellos. Así que feliz Navidad. Es un poco anticipado, pero no importa. Espero que encuentres, recibas y disfrutes tu regalo. Si no, ¿para qué sirve la Navidad?
GREGORY LOBO

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